2. Cuando nadie ve. P, uno

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A ojos del mundo, tengo todo para ser feliz. Éxito, dinero y amor.

La piedra central del anillo que tengo en el dedo anular brilla intermitentemente, como si fuese un recordatorio de lo feliz y afortunada que, en teoría, debo sentirme.

Soy Dulce Espinosa, la directora ejecutiva de la revista de socialité más importante del país y la flameante esposa del hijo mayor del dueño. De hecho, me casé hace exactamente cinco años, y se supone que todo tiene que marchar de maravilla. O, mejor dicho, todo marcha de maravilla.

–¿Qué tal, querida? –la madre de mi esposo me alcanza en la barra, cuando me disponía a pedir otro trago–. Es una noche maravillosa ¿no te parece?

–Sin duda –le respondo distraída justo cuando nuestros ojos, aparentemente sincronizados, fijan la vista en el bulto llamativo de mi dedo–. No he podido dejar en mejores manos la organización de la fiesta. Todo está exquisito. Muchas gracias.

–¿sabes qué faltaría para que esta noche sea inolvidable? –aparto la mirada de la piedra y arqueo las cejas, interrogante–. Que te pares en ese escenario para anunciar un embarazo. ¿ya va siendo tiempo, no crees?

–Creo que tenemos toda la vida para eso. Estamos disfrutando –levanto la mano para llamar la atención del barista–. Ponme un wiski doble, por favor.

El chico asiente con una sonrisa y haciendo alarde de su habilidad, vierte hielos en un baso para empezar a preparar el licor.

Hay gente riendo en grupos pequeños por todas partes, música de coctel suave amenizando el momento y meseros repartiendo copas, quesos o salmones.

–han disfrutado cinco años ya. El tiempo no espera y tú, lamentablemente, no vas a vivir en la eterna juventud –estira una de sus manos y acaricia la piedra de mi dedo, sin quitarse de la cara esa sonrisa que de auténtica no tiene nada–. ¿No será que tienes..., ya sabes, algún problemita?

–Gracias por preocuparte, pero no. Todo está perfectamente bien. Cuando tenga que llegar, llegará.

–Ahí tiene, señora –me sonríe el barista y le agradezco con un asentimiento.

–No va a llegar si sigues bebiendo así –me dice en voz baja antes de acercarse a darme un medio abrazo.

Miro a un lado y entiendo el cambio evidente. Mi esposo deja un baso vacío sobre la barra, y le hace un gesto al encargado para que le prepare otro antes de acercarse hacia nosotras, con una sonrisa digna de un cuadro. Pasa un brazo por mi espalda baja para atraerme y no pongo resistencia.

me llevo el wiski a los labios justo cuando deja un beso suave en el lóbulo de mi oreja y sonrío complacida, cuando hace un poquito de esfuerzo para pegarme más a él.

–Estás hermosa –susurra solo para mí.

–Tu madre me estaba preguntando sobre el embarazo –uso un tono dulce mezclado con una pisca de sorpresa.

–Estamos trabajando mucho en ello, mamá –le cuenta él y suelto una carcajada–. Quizá en el próximo aniversario ya halla un bebé aquí –acaricia mi vientre sobre la tela del vestido–, o quien sabe, quizá ya lo estés cargando.

Hago una mueca cuando el licor me raspa la garganta, y me suelto del agarre con disimulo. Sin perder tiempo dejo el vaso a medio tomar en la barra, me acomodo el cabello, miro la piedra un par de segundos antes de cerrar los ojos.

Creo que mi suegra le dice algo sobre un posible nombre, hasta puedo jurar que él le sigue la conversación, pero hago caso omiso a todo llamando la atención del barista para pedirle un licor distinto.

Lo verdadero es eterno (Vondy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora