Su madre lo llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. En Phoenix, la temperatura era de veinticuatro grados y el cielo de un azul perfecto y despejado. Se había puesto su blusa favorita, sin mangas y con cierres a presión blancos; la llevaba como gesto de despedida. Su equipaje de mano era un anorak.
En la península de Olympic, al noroeste del estado de Washington, existe un pueblecito llamado Forks cuyo cielo casi siempre permanece encapotado.En esta insignificante localidad llueve más que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos. Su madre se escapó con él de aquel lugar y de sus tenebrosas y sempiternas sombras cuando él apenas tenía unos meses. Se había visto obligado a pasar allí un mes cada verano hasta que por fin se impuso al cumplir los catorce años; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Charlie, su padre, había pasado sus dos semanas de vacaciones con él en California.Y ahora se exiliaba a Forks, un acto que lo aterraba, ya que detestaba el lugar. Adoraba Phoenix. Le encantaba el sol, el calor abrasador y la vitalidad de una ciudad que se extendía en todas las direcciones.
—Hoseok —le dijo su madre por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo. Su madre y él se parecen mucho, salvo por el pelo canoso y las arrugas de la risa. Tuvo un ataque de pánico cuando contempló sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía permitir que se las arreglara sola, ella que era tan cariñosa, caprichosa y atolondrada? Ahora tenía a Phil, por supuesto, por lo que probablemente se pagarían las facturas, habría comida en el frigorífico y gasolina en el depósito del coche, y podría apelar a él cuando se encontrara perdida, pero aun así…
—Es que quiero ir —le mintió. Siempre se le ha dado muy mal eso de mentir, pero había dicho esa mentira con tanta frecuencia en los últimos meses que ahora casi sonaba convincente.
—Saluda a Charlie de mi parte —dijo su madre con resignación.
—Sí, lo haré.
—Te veré pronto —insistió ella—. Puedes regresar a casa cuando quieras. Volveré tan pronto como me necesites.Pero en sus ojos vio el sacrificio que le suponía esa promesa.—No te preocupes por mí —le pidió—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá. Su madre lo abrazó con fuerza durante un minuto; luego, subió al avión y ella se marchó. Para llegar a Forks tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Phoenix a Seattle, y desde allí a Port Angeles, una hora más en avioneta y otra más en coche. No le desagrada volar, pero le preocupaba un poco pasar una hora en el coche con Charlie. Lo cierto es que Charlie había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido de que por primera vez fuera a vivir con él de forma más o menos permanente. Ya lo había matriculado en el instituto y lo iba a ayudar a comprar un coche. Pero estaba convencido de que iba a sentirse incómodo en su compañía. Ninguno de los dos era muy hablador que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle. Sabía que su decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, al igual que su madre, él nunca había ocultado su aversión hacia Forks.
Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en Port Angeles. No lo consideró un mal augurio, simplemente era inevitable. Ya se había despedido del sol. Charlie lo esperaba en el coche patrulla, lo cual no le extrañó. Para la gente de Forks, Charlie es el jefe de policía Swan. La principal razón por la que quería comprar un coche, a pesar de sus pocos ahorros, era que se negaba a ser llevado por todo el pueblo en un coche con luces rojas y azules en el techo. No hay nada que reduzca más la velocidad del tráfico que un policía.
Charlie lo abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba la escalerilla del avión.
—Me alegro de verte, Hoseok —dijo con una sonrisa mientras lo sostenía firmemente—. Apenas has cambiado. ¿Cómo está Renée?
—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá. No podía llamarlo Charlie a la cara. Llevaba pocas maletas. La mayoría de su ropa de Arizona era demasiado ligera para llevarla en Washington. Su madre y él habían reunido dinero para complementar su vestuario de invierno, pero, a pesar de todo, era escaso. Todo cupo fácilmente en el maletero del coche patrulla.
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twillight
VampireNunca se había detenido a pensar en cómo iba a morir, aunque le habían sobrado los motivos en los últimos meses. Sin embargo, no hubiera imaginado algo parecido a esta situación, incluso de haberlo intentado. Con la respiración contenida, contempló...