PRÓLOGO

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PRÓLOGO TEMPORALMENTE SIN TERMINAR: SOLO VERSIÓN DE PRUEBA DISPONIBLE

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El sonido de las impresoras de la secretaría no paró de oirse en toda la mañana. Muchas personas deambulaban por los pasillos rumbo a alguna oficina de la estación de climatología de Washington DC.

– ¡Natalie! Vuelve a tu trabajo, vaga. – Una mujer se acercó a las neveras de la cafetería y agarró de dentro de ellas un par de rosquillas. Tras ello, se inclinó encima de la mesa a su lado. Con ligero desdén se llevó una de las rosquillas a la boca e incó sus dientes en ella. – Mh, seguro que jefe te regañará. Yo solo digo eso, pero con lo bien que trabajas... – Ella se burló e inclinó su cabeza, haciendo caer de su hombro su cabello oscuro y liso. Después se giró para observar los televisores.

– Muy buenas noches, aquí el 24 de julio de 2004. Les damos la bienvenida de nuevo al programa televisivo del tiempo de los próximos días... – El reportero anunció a través de la televisión enmarcando una amplia sonrisa serena. – ... también, en las siguientes semanas, se aproxima un anticiclón, que durará una semana, así que asegúrense de, si disponen de un lugar para bañarse y refrescarse, traer su traje de baño. Este verano las temperaturas han incrementado en un 4,8% más que en comparación que otros años. Y con eso les dejamos con el consejo de la noche, protéjanse con protección solar y eviten estar bajo el sol durante las horas de más sol. Ha sido un placer tenerles por hoy, que pasen una buena noche.

La mujer de cabello oscuro sacudió la cabeza y rodó sus ojos. – Vosotros no sabéis cómo es protegerse bien del sol. – Ella cerró sus ojos asiáticos y se giró a su derecha.

– Nop. La verdad es que cada vez que salgo de casa acabo quemándome el cuello. – Añadió Natalie. Después, tomó un pequeño sorbo de la taza de café. Sus ojos ambarinos observaban el suelo sin sentimiento ni expresión alguna.

Es que amelicanos sel lelos pala plotegelse espalda. – La mujer asiática suspiró burlándose.

Natalie rió y dejó su taza ahora vacía. Después empujó el codo de su amiga. – ¡Yuna! Que yo al menos lo intento, otra cosa es cómo esté Manuel... – Ella señaló con su pulgar a un hombre que revisaba unas gráficas al lado de una impresora, aparentemente moreno y rasgos castellanos. Tenía el cabello por el hombro en ondas oscuras y engominadas. Su conjunto solía ser como el de todos los hombres en la empresa; los típicos zapatos negros, pantalón de franela y camisa blanca, pero esta última modificada siendo ligeramente abierta en el pecho.

– Ya, es que Manuel... – Murmuró Yuna.

– Mucho toro, poco coco. – La morena bromeó, a lo que la asiática asintió entre risillas entrecortadas y agudas. Tras un rato, Yuna agarró un objeto de su bolso y se lo enseñó a Natalie.

– Ah, por fin me entregaron la placa de mi oficina.

– ¿Ah sí? ¿Y eso? Pensé que ya te lo habían dado.

– Ni en broma. Con los años que llevo yo aquí de marioneta, pues en un día, que se infló el ego y le reclamé a... a donde entregan el material de oficina. Bueno, el caso es que les demandé la placa y me dijeron que en su momento no la reclamé y pues que no la hicieron. Y como me salía supuestamente gratuita al contratarme, ahora la he tenido que pagar. – Yuna volvió a guardar la placa dentro del bolso y Natalie cruzó sus brazos alrededor de su pecho.

– Vaya putada, ¿No?

𝓢𝓸𝓶𝓫𝓻𝓪𝓼  𝓭𝓮  𝓵𝓪  𝓐𝓾𝓻𝓸𝓻𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora