4. A pie de playa

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CHIARA.

– No me puedo creer que ya estoy de vacaciones. Acabo de empezar y ya estoy libre para ir a la playa –dije, dejándome caer en el sofá que compartía con mi hermano, Alex, el que me miraba desde la otra punta del sofá con una expresión indescifrable; sabía que algo me ocultaba cuando su rostro se veía así, esperaría a que él mismo lo soltara– ¿Y tú has pedido ya las vacaciones?

– Las pedí y las tengo ya. Me jode tener que pedirlas ya y en agosto tener que joderme muriéndome en la oficina, pero todos tenemos que hacer sacrificios por ese festival –explicó, cerrando el libro que anteriormente leía para dejarlo en la mesa auxiliar de la sala de estar– ¿Qué tal tu primera semana trabajando allí? ¿Movidito?

– Es un sitio muy calmado, tengo que reconocerlo. Mis compañeras son todas muy majas y atentas, no he tenido problemas con nada –le respondí mientras me terminaba de recostar en el cómodo sofá y coloqué la mitad de mi pelo en el otro lado, despeinándome un poco.

Alex y yo nos miramos, se quedó pensativo y mordiendo su labio inferior hasta que se atrevió a hablar. "Lo sabía, sabía que algo me tenía que decir" pensé.

– ¿Ni con Julia? ¿Habéis hablado más desde la otra vez? –preguntó y yo suspiré, sabía que este tema volvería a ser el centro de atención tarde o temprano y debía enfrentarlo, como cada mañana que me he estado levantando para ir a currar al lado de mi ex pareja.

– No, no le he vuelto a hablar ni ella a mí. Trabajamos en un espacio pequeño, pero no nos dirigimos la palabra para nada. Es raro, pero prefiero que siga así el resto de los días –confesé a la vez que recordaba todas las veces que chocábamos en mitad del pasillo, las miradas que me lanzaba de lástima o las veces que hizo el intento de hablarme.

Tomé un mechón azabache de mi pelo y lo enrollé en mi dedo índice, algo incómoda por la atenta mirada de preocupación del pelinegro.

– Qué raro, conociéndola esperaba que insistiera un poco más; cosa que no quería que sucediera. Sabes de sobra que si te molesta puedes contármelo, a mí y a los demás –habló con suavidad, como si le estuviera hablando a una niña de unos seis años. Me molestó su forma de llevarlo, pero en el fondo entendí que solo era preocupación y el cariño que tenía hacia mí. Asentí y le sonreí sin mostrar los dientes–. Hablando de los demás, los he invitado a comer aquí.

– ¿Tú invitándoles a algo? ¿Qué quieres de nosotros, Alex? Confiesa –le señalé con el dedo índice, acusándole de cualquier cosa y él rió negando con la cabeza.

– No os voy a pedir nada ni a robar, prometido. Pero tengo una sorpresa que me gustaría daros en persona y todos reunidos –declaró y yo asentí algo insegura, no tenía ni la menor idea de que tramaría esa cabeza suya–. Solo puedo decir que hagas las maletas ya de ya, no hay tiempo que perder.

– Me da miedo lo que hayas planificado, Alex. Mucho miedo, pero...–se llevó una mano al pecho de forma dramática al escucharme y me observó con una ceja alzada y yo mordí mi labio inferior– Sí, mi capitán –mi mano derecha acabó en mi frente, fingiendo ser un soldado acatando las órdenes de su superior y caminé cómicamente hasta llegar a mi habitación, donde comencé a preparar la maleta para ir al sitio secreto de mi hermano.

Seleccioné y doblé las prendas veraniegas que fui eligiendo de mi gran fondo de armario; acabé con problemas para cerrarla y tuve que pedirle a Alex que se sentara encima para poder cerrarla al completo sin que explotara.

Amor de verano - Kivi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora