Nunca creí en las leyendas urbanas. Para mí, eran solo historias exageradas destinadas a mantener a la gente en línea o simplemente para pasar el tiempo en las noches frías. Crecí en la ciudad, rodeada de tecnología y explicaciones racionales para casi todo. Así que, cuando mi profesora de antropología me sugirió investigar la leyenda de La Ánima Sola en un pequeño pueblo andino como parte de mi proyecto universitario, pensé que sería un trabajo sencillo, una oportunidad para desmentir mitos y escribir un informe intrigante que demostrara lo irracional de las supersticiones rurales.
Llegué al pueblo al atardecer, cuando las sombras comenzaban a alargarse y la brisa nocturna empezaba a recorrer las estrechas calles empedradas. La gente del lugar me miraba con desconfianza, como si ya supieran que estaba allí para cuestionar sus creencias más arraigadas. Aun así, algunos accedieron a hablar conmigo, compartiendo versiones variopintas de la leyenda de La Ánima Sola. Cada historia era más aterradora que la anterior: un alma en pena condenada a vagar por los pecados cometidos en vida, buscando redención o venganza, según quien contara la historia.
Esa noche, decidí visitar la iglesia del pueblo. Pensé que sería el lugar más adecuado para comenzar, ya que muchas de las leyendas están conectadas con creencias religiosas. La iglesia era una estructura antigua, construida con piedra oscura y rodeada de una atmósfera lúgubre que casi parecía deliberada. El sacerdote, un hombre de edad avanzada con un semblante serio, me recibió con recelo.
—Padre, estoy aquí para investigar la leyenda de La Ánima Sola —dije, tratando de sonar respetuosa pero escéptica.
El sacerdote me miró fijamente, sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y preocupación.
—Hija, hay cosas que es mejor no remover —respondió con voz grave—. La Ánima Sola no es solo una leyenda. Es una advertencia.
A pesar de sus palabras, continué mi búsqueda de la verdad. Esa misma noche, mientras revisaba antiguos documentos en la pequeña biblioteca del pueblo, algo extraño sucedió. El aire se volvió gélido de repente, y las velas que iluminaban la sala parpadearon violentamente antes de apagarse por completo. Un escalofrío recorrió mi espalda y, por primera vez, sentí una presencia que no podía explicar.
Intenté encender las velas de nuevo, pero mis manos temblaban. Fue entonces cuando la vi. Una figura etérea, envuelta en un halo de luz tenue, se materializó frente a mí. Sus ojos, llenos de desesperación y tristeza, se clavaron en los míos. Era La Ánima Sola. Mi corazón latía con fuerza mientras la figura se acercaba lentamente. No podía moverme, el terror me había paralizado.
—Ayúdame —susurró, con una voz que parecía venir de otro mundo—. Libérame de mi tormento.
Todo mi escepticismo se desmoronó en ese instante. La racionalidad que siempre había defendido se desvaneció ante la evidencia irrefutable de lo sobrenatural. La Ánima Sola no era solo una leyenda. Era real, y ahora formaba parte de mi realidad.
Esa noche, mi percepción cambió para siempre. Ya no podía ignorar las historias que durante tanto tiempo había considerado simples cuentos. Había sido testigo de algo más allá de la comprensión humana, y sabía que mi vida nunca volvería a ser la misma.
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La Ánima Sola
ParanormalEn las profundidades de un pequeño pueblo enclavado en la cordillera andina, circula una leyenda que ha infundido miedo durante generaciones: la historia de La Ánima Sola, un alma en pena condenada a vagar en soledad por la eternidad. Alma, una jove...