Doña Marta

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La ganadora es Carmen.

Esa fue la respuesta de don Jesús ante las propuestas del lanzamiento que pidió hace una semana. «La ganadora es Carmen» se repetía en mi cabeza una y otra vez, en bucle. No es que no me alegrase por ella, pero no podía evitar sentirme decepcionada de mí misma. Había trabajado duro en esa maldita propuesta, dedicando horas a perfeccionarla, y ahora todo ese esfuerzo parecía haber sido en vano.

Aún así, cuando Carmen apareció en la tienda, cambié mi semblante por uno orgulloso. No quería que ella notara mi molestia y frustración por algo que no le incumbía. Con una sonrisa y un abrazo, la felicité como se merecía, tratando de parecer genuinamente feliz por su éxito aunque por dentro me sentía derrotada.

—¡Enhorabuena, amiga! —dije, esforzándome al máximo por sonar entusiasta—. Eres la mejor sin duda alguna, vamos.

Pero ella me conocía demasiado bien, y cuando me separé de ella, me miró con una mezcla de gratitud y preocupación.

—Gracias, Fina. Pero... ¿estás bien?

Asentí con la cabeza rápidamente.

—Todo bien, Carmen.

Pero no lo estaba.

Me molestaba que la vida se empeñara en recordarme constantemente todos mis errores al mismo tiempo.

Carmen seguía observándome preocupada, así que decidí desviar la conversación para que no se sintiera culpable por mi estado de ánimo.

—De verdad, estoy bien. Cuéntame, ¿cómo van las cosas con tu querida suegra? ¿La has envenenado ya?

Ella rió.

—No me traga, Fina. No sé por qué, pero no le gusto y me lo demuestra cada día.

—No le tienes que gustar a ella sino a su hijo, Carmen.

—Ya, pero es que Tasio vive en tensión e incómodo cada vez que estamos los tres juntos.

—Pues que se vuelva a su casa —me encogí de hombros—. Está en la tuya y encima con esa cara de acelga deseando ser cocinada.

Ella me dio un golpe en el hombro.

—Fina...

Ambas reímos.

—Es verdad.

Mientras Carmen comenzaba a contarme todo lo que había pasado en su casa durante estos días, intentaba expresarme con gestos en los momentos adecuados, pero mis pensamientos seguían en otro lugar. No podía dejar de pensar en que Marta volvía a Madrid. En ella y ahora, otra vez, en mi propuesta fracasada. Sentía que nada de lo que hacía era suficiente.

Mi salud mental estaba en un limbo constante. Me encontraba atrapada entre el regreso de Marta y la frustración por mis propios fallos. Era una mezcla tóxica que amenazaba con salirse en cualquier momento.

—Fina, de verdad, si necesitas hablar o algo... estoy aquí —dijo Carmen, devolviéndome a la realidad.

Le sonreí, agradecida por su apoyo, y suspiré.

—Perdona, Carmen, hoy estoy distraída.

Ella puso una mano en mi hombro.

—Y es normal. ¿Sabes, por qué no hablas con don Jesús? Quizá pueda ayudarte para el próximo lanzamiento.

¿Hablar con don Jesús?

—Carmen, ten cuidado cuando comes en casa que quizá tu suegra te está echando algo en la comida.

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⏰ Última actualización: Jun 13 ⏰

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