La Acacia y Yo. (Borrador).

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La muerte es perceptible si se está atento, un vaho de melancolía escapa del moribundo, formando así una niebla con olor a sangre que cambia el ambiente. Las luces se muestran tristes. Los perros se desgarran las gargantas entre aullidos. Los gatos clavan sus perdidas miradas en sus amos. Las aves exasperan sus cantos, los árboles tiemblan pavorosos y entonces, de entre las sombras que conforman la soledad, aparece la perra para llevarse tu alma.

Por suerte, el pájaro hueco, está aquí para advertirles. Y sí,  ya lo  sé,  que solo soy un ave y quizá no represente un peligro para aquella astuta arpía, pero durante toda mi vida, me he dedicado a aprender su arte, con la esperanza de frenarla algún día.

Aquella mañana de añoranzas, la Acacia, intentó enrramar la entrada de mi guarida, tentandome con los cachivaches que juraba, guardaban historias, historias que me dijo, se le antojaban suficientes, pero le picotee tan fuerte que le hice llorar. Necesitaba tomar una bocanada de aire con el sabor a hierro que había perturbado mi sueño, para comprobar así, la magnitud con que la muerte trabajaría entonces.

Salí y la niebla mortal apenas y dejaba entrar la luz del sol. Había escuchado que una niebla tan espesa, solo se formaba cual aureola en los campos de guerra. La acacia, que solía despertar con el Aurora, se había percatado antes y quiso encerrarme para evitarme otro mal trago, a mi, a quien se atrevía a tildar de héroe trágico. Maldita coleccionista de historias, pensé, sabía que las historias, para ella, jamás han sido suficientes, siempre ha sido así, desde el día en que nos conocimos.

A veces creo que ella y yo hacemos parte de la misma historia. Nos hemos querido y ayudado a crecer, a pesar de cargar con el peso de nuestra maldición compartida, la de la inmortalidad inexorable. Para los humanos somos, lo que ellos llamarían "una y mugre." O por lo menos es así en Maracaibo.

No sé si es mi cara con forma de corazón, mi aspecto sombrío o mis ojos. En especial mis ojos. Esos que los humanos suelen ver como similares, pero de todas las aves, soy la más indeseable, incluso los asquerosos buitres son mejor vistos que yo; por ende, nunca he conseguido más hogar que la Acacia. Pero a su vez, quizá sea su entramado infernal, que dejaba colar la luz de la luna como en una película de terror. Muy posiblemente son sus ramas talladas por el diablo, las que no son apetecibles para ningún ave con esperanzas de formar una familia.

Antes eramos parte de un terreno baldío, azotado por la muerte, la misma que nos había confinado a ser el epicentro del Bicentenario de Libertad: a vivir allí dónde las historias culminan. En el cementerio del olvido.

En un principio, mi amiga era solo dos ramas: una vertical que señalaba el cielo y la otra horizontal, sosteniendo la vida y la muerte a pesar de su aspecto frágil. Sobre esa segunda rama naci yo. Un alma cautiva entre capas. Capas de plumas, de sueños, miedos y anhelos, protegidos por un cascarón que se rompió entre temblores, permitiendo que mis sentidos se familiarizasen con mi Némesis. Mis ojos, ingenuos, no veían aún la atrocidad con la cual actuaba aquella bestia arrebatadora de almas, sino que lo contemplan todo con admiración.

Increpé al árbol, quería saber a que se debía tanto alboroto, pero su pasividad me hizo entender que no era él el culpable. Bajo mis garras, encontré al culpable aún tambaleándose para intentar quitar la soga que se le había enroscado al cuello. Se trataba de un humano, bastante idiota a mi parecer, ya que de ropa, sólo usaba taparrabos y, ¿Quién demonios termina en una situación tan absurda?, me pregunté inocente.

Me desespere al verle pataleando, con los ojos oscuros abiertos,apuntando a sus dioses, y teñidos de rojo. Debajo de su pelo lacio, el púrpura del ahogo ocultaba a medias su tez morena. Yo me apresure tanto como mi caminar reciente me lo permitió y con mi pico, intenté deshacer el nudo que sostenía al mecate desde la Acacia. Y así permanecí actuando cual espiral, intentando salvar a ese desconocido, hasta que la Acacia por fin me hablo:

-Me quedo con el mecate -me dijo confirmando mi incapacidad para salvar a aquel hombre.

Antes he dicho que la acacia es un coleccionista de historias y que yo soy un héroe trágico: el mecate, fue la primera historia que la Acacia coleccionó y la de aquel hombre fue la primera vida que no pude salvar.

Viktor Gómez/El Akaronte.
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⏰ Última actualización: Jun 23 ⏰

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