𝐼𝐼. 𝐵𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑔𝑎𝑟𝑑𝑒𝑛𝑖𝑎𝑠 𝑦 𝑛𝑢𝑏𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑐𝑟𝑖𝑠𝑡𝑎𝑙

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Alzó la vista de entre sus brazos, que estaban recargados en una pequeña mesa de metal a las afueras de un jardín en ....?

Parecía una hacienda. No recordaba mucho. ¿Se había quedado dormido? Estaba en una fiesta hablando con Ana y luego... había salido? Podía sentir la suave brisa de la noche pasar por sus párpados, que apenas se abrían a la suave luz de la luna.

La música de la orquesta seguía sonando con suavidad en el aire, y la luz de los candelabros iluminaban el frío metal de la silla. ¿Cómo había acabado ahí? Ana lo había dejado para ir a hablar con alguien y Francisco... Francisco! Claro. Había estado bailando con él.

Pero, dónde estaba? Francisco sería incapaz de abandonarlo así en medio de la nada. Se dispuso a levantarse, quizá algún criado lo habría visto por ahí. Antes de que pudiera girarse, una voz le habló por detrás.

—El patrón le está esperando en el jardín, me ha mandado a buscarle.

Una mujer cuyo rostro no pudo ver se acercó a hablarle. No solo su rostro estaba completamente oscurecido, sino que también sus manos estaban negras como el carbón. Pero había algo extraño. No era que tuviera el tono de piel oscura, más bien, era como si la mujer estuviera en un lugar completamente sumido en la oscuridad. Tan solo podía apreciar su silueta, y parecía que la luz no la alcanzaba para nada, no había ni un solo detalle de ella que pudiera apreciar más que su ropa, un vestido blanco amarillento por la luz del sol y un velo que cubría parte de lo que parecía ser su rostro.

Pese a no distinguir algún movimiento de su boca (si es que tenía alguna), su voz sonaba tranquila y suave, como un ronroneo. Pero también había cierto aire de autoridad que le causó cierta incomodidad. Decidió que era mejor no hacer esperar a la dama.

– Acompáñeme por favor-

La dama giró en sí misma y caminó en dirección a las puertas de cristal que daban al interior de la hacienda. Dio unos cuantos pasos y se detuvo abruptamente. Francisco se tensó.

—Por favor, sígame.

Claro, que tontería. Lo estaba esperando. Se apresuró a dar el primer paso desde que despertó, y en menos de unos cuantos parpadeos ambos se encontraban fuera de aquellos muros con pintura algo desgastada. Curioso cuando menos. Aquella hacienda guardaba un espeluznante parecido con la hacienda que le pertenecía a Francisco.

Y no era lo único extraño del lugar. Había partes de la fiesta que sus ojos simplemente no lograban enfocar, borrones entremezclados con los destellos de la luz y los giros en los holanes de las mujeres le hicieron olvidar momentáneamente que alguien lo estaba esperando.

Se dio la vuelta buscando a la mujer que lo estaba guiando en primer lugar, pero no la encontró entre toda la multitud. La orquesta seguía tocando notas fuera de lugar, mientras los invitados lo encerraban poco a poco entre telas y listones. Todo el movimiento lo asfixiaba.

Empujó a varias personas mientras buscaba algún indicio de la persona que lo buscaba, y logró salir a trompicones hacia el jardín principal que se encontraba en la entrada de la Hacienda. El pánico le subía poco a poco por la garganta.

Nunca le había gustado estar rodeado de gente, y parecía que sus amigos no se encontraban por ningún lado. Se estaba poniendo nervioso, normalmente Ana y Francisco eran quienes se encargaban de hablar con las personas y Ricardo solo se limitaba a asentir con la cabeza.

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⏰ Última actualización: Jun 15 ⏰

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