CAPÍTULO PRIMERO

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Prisión Federal de Alcatraz 1950

Inicio de invierno.

Alexander Gallagher.

Fui encaminado a mi celda entre empujones e insultos, soportando las humillaciones verbales que gritaban los demás prisioneros. Caminaba por los lúgubres pasillos grises de aquella prisión, estudiando discretamente a cada recluso que veía. Mi mente analítica trabajaba rápidamente, evaluando con quiénes debería mantenerme alejado y quiénes podrían ser menos problemáticos.

Un hombre en particular llamó mi atención. Era un individuo corpulento, con un rostro marcado por cicatrices y tatuajes intimidantes que cubrían gran parte de su piel visible. Sus ojos, hundidos y fríos, parecían escudriñar a todos con una mezcla de desprecio y amenaza constante. Sin duda, alguien a quien debería evitar a toda costa.

Mi naturaleza pacifista siempre me había mantenido alejado de los problemas, incluso durante mi cautiverio con Danzel. Los meses que pasé bajo el yugo de ese monstruo habían sido una prueba constante de mi capacidad para soportar situaciones extremas sin recurrir a la violencia.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al percibir la presencia de Danzel a unos metros detrás de mí. Su aura opresiva parecía contaminar el aire a nuestro alrededor, recordándome que ni siquiera en este lugar estaría completamente a salvo de su influencia.

Finalmente, llegamos a mi celda. Fui prácticamente arrojado al interior con brusquedad, trastabillando antes de recuperar el equilibrio. Para mi alivio momentáneo -o quizás para mi desgracia-, Danzel fue llevado a una celda que se encontraba a solo tres de distancia de la mía.

Mientras la puerta se cerraba con un estruendo metálico, me quedé inmóvil en el centro de mi nueva "habitación". La realidad de mi situación comenzó a hundirse en mi consciencia: estaba atrapado en este infierno gris, con el constante recordatorio de la presencia de Danzel acechando cerca.

Cerré los ojos por un momento, intentando calmar mi respiración agitada. Tendría que ser más fuerte y astuto que nunca si quería sobrevivir a este nuevo capítulo de mi vida. Y, sobre todo, tendría que encontrar la manera de mantener a Danzel lo más lejos posible de mí, tanto física como mentalmente.

Un guardia se presentó frente a nosotros. Se identificó como Carlos, o al menos eso creí entender. Comenzó a recitar su cátedra con un tono duro y humillante, seguramente en un intento por sentirse importante. Dejé de prestarle atención cuando nos llamó "más repugnantes que el aborto de una puta". Sus palabras eran tan desagradables como poco originales.

Mi mente estaba ocupada con preocupaciones más apremiantes, principalmente Danzel. Sí, estábamos separados por algunas celdas, pero ¿qué pasaría en el patio de la prisión? ¿Durante las comidas? Seguramente estaría cerca en esos momentos.

Necesitaba idear un plan, y pronto, para mantenerlo alejado. La mera idea de encontrarme con él en un espacio abierto me provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría evitarlo sin llamar la atención de los demás reclusos o guardias?
Mientras Carlos seguía con su perorata sobre peleas en las que probablemente nunca había participado, comencé a analizar mis opciones hasta que el guardia dejó de pavonearse frente a mi y a los otros prisioneros que habia en la celda, seguramente se dio cuenta que nadie le prestó atención y nos dio la "cálida bienvenida"

"Bienvenidos a su nuevo hogar, escorias. Espero que disfruten su estancia en nuestro... resort de máxima seguridad."

Hizo una pausa dramática antes de continuar:

"Ahora, veamos qué tenemos aquí... Oh, pero si es nuestro invitado especial." Sus ojos se clavaron en mí con malicia. "El abogadito que jugaba a las casitas con otro hombre. Dime, ¿cómo se siente estar del otro lado de la ley?"

Mantuve mi rostro impasible, negándome a darle la satisfacción de una respuesta. Esto pareció molestarlo, pues su tono se volvió más agresivo:

"¿Qué pasa? ¿El gato te comió la lengua? ¿O prefieres usarla para lamer otras cosas?"

Las risas y comentarios soeces de los otros presos no se hicieron esperar. Uno de ellos, un hombre corpulento con un tatuaje en el cuello, escupió:

"Cuidado, oficial. No vaya a ser que se enamore de ti también."

Ignoré el comentario, enfocándome en mantener la calma y en el sujeto enigmático que parecía no estar bien de la cabeza. El recluso extraño que murmuraba para sí mismo de repente alzó la voz:

"Las paredes... las paredes tienen oídos. Nos observan, nos juzgan... el que todo lo ve nos purgará"

Carlos puso los ojos en blanco. "Genial, otro loco para la colección. Como si no tuviéramos suficientes ya."

Finalmente, decidí hablar, mi voz tranquila pero firme:

"Oficial Carlos, ¿hay algo más que necesite informarnos sobre las reglas de la prisión?"

Mi tono profesional pareció descolocarlo por un momento. Frunció el ceño antes de responder:

"Sí, abogaducho. La regla número uno es: yo mando, ustedes obedecen. ¿Quedó claro?" cerró su carpeta.

Asentí levemente. "Perfectamente claro, oficial."

Carlos nos miró a todos con desprecio una última vez antes de dar media vuelta y salir de la celda. "Disfruten su estadía en el Hotel Infierno, señoritas."

Cuando se fue, el silencio cayó pesadamente sobre nosotros. El hombre del tatuaje en el cuello me miró de reojo:

"Oye, marica, será mejor que no causes problemas aquí dentro. No todos somos tan... comprensivos como yo."

No respondí, pero mantuve su mirada sin pestañear. Después de un momento, él apartó la vista, murmurando algo ininteligible.

Me senté en mi litera, mi mente ya trabajando en estrategias para sobrevivir en este nuevo entorno hostil. La voz de Danzel resonaba en mi cabeza como un eco lejano, recordándome que mi mayor amenaza podría estar más cerca de lo que quisiera.

Uno de los otros reclusos, aparentemente insatisfecho con la situación, decidió escalar las cosas. Con voz cargada de desprecio, comenzó a expresar su intolerancia hacia mis supuestos "gustos desviados". No me molesté en mirarlo ni prestarle atención, lo cual pareció enfurecerlo aún más.

De repente, me tomó del cuello, acercando su rostro al mío de manera amenazante. "No intentes nada conmigo, ¿me oyes? No soy uno de esos... desviados como tú", gruñó.

Sin inmutarme, lo miré directamente a los ojos y respondí con voz fría y controlada: "Ni en mis momentos más desesperados me rebajaría a involucrarme con semejante asquerosidad humana como tú."

Vi la furia encenderse en sus ojos y se preparó para golpearme, pero antes de que pudiera hacerlo, algo inesperado ocurrió. El recluso que había estado murmurando para sí mismo se abalanzó sobre mi agresor con una velocidad sorprendente.

Lo que siguió fue una escena caótica. El hombre aparentemente perturbado comenzó a golpear al otro recluso, mientras gritaba frases incoherentes que sonaban como ruegos a alguna deidad desconocida para que "purgara" a este hombre.

"¡El impuro debe ser limpiado! ¡Las voces lo exigen! ¡Purga, purga, purga!", vociferaba entre golpes.

Me aparté rápidamente, observando la escena con una mezcla de asombro y preocupación. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero por el momento, la amenaza inmediata contra mí había sido neutralizada.

Los otros reclusos retrocedieron, algunos gritando para que se detuviera, otros animando la pelea. En medio del caos, me mantuve alerta, consciente de que esta situación podría volverse aún más peligrosa en cualquier momento.

Mientras los gritos y el sonido de los golpes llenaban la celda, no pude evitar pensar en la ironía de la situación. De alguna manera, el hombre que parecía ser el menos estable mentalmente había resultado ser, al menos por ahora, mi inesperado protector.

DESEO (obsesión vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora