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Got my mind on your body
And your body on my mind

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Cuando lo avisto al otro lado del pasillo del supermercado, me quedo helada. No porque no tuviera ganas de verlo. De hecho, llevo todo el verano deseando cruzarme con él.

Al vislumbrarlo ahora -con los pantalones color caqui de siempre, la camisa azul claro, las chanclas de talones gastados y el pelo un poco más largo que la última vez que se lo estuve mirando, durante toda la clase de francés-, me cuesta creer que solo hayan transcurrido seis semanas.

Me parece una eternidad.

Últimamente me pasaba el día fantaseando con situaciones en las que coincidía con él, imaginando elaboradas escenas en las que yo me encontraba en la playa con amigos y él pasaba por allí, y entonces decidíamos ir a dar un paseo junto al lago para ponernos al día de nuestras cosas; o él entraba en la tienda de sándwiches del pueblo justo cuando yo acababa de hacer un chiste superdivertido, y todos mis compañeros de mesa se estaban riendo de mi increíble ingenio cuando él se acercaba a la mesa a saludar.

Ahora, en cambio, acabo de salir de trabajar y eso significa que voy hecha un desastre. Un helado de hielo me ha estampado su huella morada junto al borde de la camiseta blanca del campamento y llevo una mancha de hierba en el hombro porque, esta tarde, durante una sesión particularmente agresiva del juego del pañuelo, Kim Young-hwan me ha tirado al suelo. Tengo suciedad en las rodillas y he tenido que pegar la tira de una sandalia con cinta aislante, porque se me ha roto persiguiendo a Lee Jung-su mientras jugábamos a «Ratón, que te pilla el gato». Estoy sudada y quemada del sol, por no mencionar que todavía llevo pegada la etiqueta con mi nombre que he confeccionado en artes y manualidades y que dice «Lia», con unas letras mayúsculas tan irregulares como si la escritura fuera obra de uno de los niños.

Pese a todo, cuando veo a Choi Soo-bin al final del pasillo, no me decido a dar media vuelta y marcharme.

Está examinando una bolsa de caramelos y, creyéndose solo, le da una vuelta en las manos como si fuera una pelota de baloncesto, se gira y la lanza a su carrito del supermercado, que se encuentra a casi dos metros de distancia. La bolsa golpea un costado del carro y la rejilla resuena casi al mismo tiempo que los caramelos caen al suelo.

-Buen tiro -le digo según me acerco, y él esboza una sonrisa antes de inclinarse para recuperarla. Yo tiendo las manos hacia él.

-Déjame probar.

Sin decir nada, la recoge y luego, con un movimiento fluido, la lanza en mi dirección. Yo consigo atraparla al vuelo, pero por los pelos. Sin esperar más, levanto los brazos y me preparo para encestar, pero él niega con la cabeza.

-Demasiado cerca.

Retrocedo unos pasos, nerviosa bajo la atenta mirada de sus ojos grises. Esta vez la bolsa surca el aire limpiamente para aterrizar en el centro del carro, y yo me vuelvo a mirarlo con una expresión victoriosa.

Asiente.

-No ha estado mal.

-Se me da mejor el baloncesto de verdad.

-¿Ah, sí?

-En realidad, no -reconozco-. Se me da fatal. Pero soy la caña con las máquinas de los arcades.

-¿Como el Aro Loco?

-Exacto -asiento-. Soy brutal con el Aro Loco.

-Y no muy modesta -señala, todavía impasible.

-Bueno -respondo, y me encojo de hombros-. Es difícil ser modesta cuando eres tan buena como yo.

Alarga un brazo para apoyarse en un estante lleno de alegres paquetes de galletas.

Cool for the summer - SooLiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora