Epílogo: Florecerá la alegría en compañía del amor

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Algunos años después...

Se levantó en la punta de sus pies para mirar por encima del alta cerca de madera que envolvía su propiedad y se le llenó el pecho de emoción al encontrarse con una larga fila de personas que esperaba a por ellos. Se tocó la barriga con las dos manos y se apoyó con confianza en la madera para mirar mejor.

Se tomó algunos segundos para respirar otra vez y se osó en regresar al interior de la propiedad. Las manos le temblaban y la barriga se le revolvía con una rica sensación que sentía cada día cuando encontraba calor y afecto entre los brazos de su amado y de sus hijas.

Iluminada como cada mañana, la sala resplandecía con sus colores castaños y rojizos; las cortinas blancas le brindaban profundidad y luz a todo su hogar y los juegues desparramados de las niñas le prodigaban ese toque infantil y hogareño a cada dormitorio y pasillo.

Titubeó de qué hacer primero.

Podía ir con su amado esposo y decirle las buenas nuevas, podía correr a vestir a sus hijas para empezar a celebrar o podía brincar por la sala reflejando toda la felicidad que la situación ameritaba, pero en vez de eso se quedó tiesa en la mitad de la entrada, soñando despierta y riéndose al imaginar lo que ahora vendría para ellos.

—¡Mujer, ¿qué estás haciendo?! —gritó Joseph y se metió por la parte trasera de la propiedad, cargando sobre su hombro un saco de harina de veinticinco kilos.

—¿Yo? —investigó Lexy con un aire de inocencia—. Na-Nada —titubeó ruborizada y contuvo un suspiro.

—¿Nada? —insistió él, riéndose con masculinidad—. Estabas riéndote y con los ojos brillantes. ¿Te sientes bien?

—Mejor que bien —respondió ella sonriente.

—Así veo —contestó Joseph con picantería y le guiñó un ojo.

Lexy negó con la cabeza, pero con un aire divertido, un aire que los mantenía dentro de una relación picante y romántica, aún para los seis años que llevaban juntos.

Caminó junto a Joseph con sincronía y organizó el amplio mesón central para distribuir las etiquetas correspondientes a los productos que tenían a la venta.

Joseph guardó la harina en un mueble metalizado y se quitó la sudadera para lavarse las manos y el rostro, salpicando agua por todos lados. Se alisó el cabello crecido con los dedos hacía atrás y repasó la zona arriba de las orejas, donde lo usaba más corto en el verano.

—¿Las niñas ya se levantaron? —preguntó él cuando terminó de lavarse y secarse con una servilleta de papel.

Lexy negó mordiéndose los labios y se acercó a él para acorralarlo contra el lavaplatos. Con la punta de los dedos le acarició los brazos desnudos y le besó el rostro con ternura. Como a Joseph nunca le había gustado perder el tiempo, menos cuando se trataba de Lexy, la levantó en el aire pasando sus gruesas manos por su trasero y la alzó para montársela a horcajadas en la mitad de la cocina.

Ella se rio juguetona y se sostuvo con firmeza desde sus hombros, pegando su barriga y pecho a los de su esposo, encontrando el calce perfecto para tan insinuante posición.

Él la sentó en el mesón, junto a la harina y le acarició los muslos por encima del ancho pantalón de verano que envolvía su cuerpo.

—¿Por qué insistes en usar esta ropa tan grande? —preguntó Storni, manoseándola con descaro.

Rozó sus labios sobre su boca y le comió el mentón con un brusco mordisco. Sus dientes clavándose en su piel la hicieron temblar encima del frío mesón y tuvo que arquear la espalda cuando el hombre continuó chupándole la piel del cuello con hambre.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora