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[18 de mayo, 1995. Las sesiones con Steve suelen darme un sentimiento de calma, pero también provocan que quiera alejarme de todo. Aunque me produzca alivio compartir mis pensamientos y lo que me invade internamente, pienso que hacerlo solo me deja expuesto. He llegado a comprender que decir lo que siento no está mal. Hacerlo me ha ayudado estos últimos años. He sabido identificar algunas de mis debilidades y carencias. Posiblemente esa chica me ayuda a alejarme de esas malditas pastillas y la necesidad constante de consumir cualquier droga con tal de dejar de pensar en todo lo que pienso a diario.

Solo soy capaz de verla estando lúcido.

Horas después. La veo a través de un túnel oscuro. Está de pie. El aire mueve su corto cabello rosa hacia un lado. Me ve con esos radiantes ojos negros y esa sonrisa que es capaz de alumbrar al más desesperanzado. Su risa resuena mientras camina hacia mí; alzando sus dos brazos como si tuviera la intención de abrazarme. No puedo moverme. Solo soy su espectador. Solo la veo a través de mi mente; dentro de mi imaginación.

Su sonrisa se desvaneció. Sus manos se colocaron al frente, como si tocara el cristal invisible que nos divide. El susurro en mi mente. Su voz débil que se esclareció dijo, tan serena: "No me dejes ir... Por favor"]

—Señor... ¿A dónde lo llevo?

La voz del chófer se escuchó de sopetón, interrumpiendo los pensamientos y la escritura de Petrus. Él reparó en ello y rápidamente cerró el diario que llevaba consigo a cualquier parte.

—A la mansión, por favor.

Petrus poseía una cualidad que no a todos les gustaba. Cuando se lo proponía se mostraba indiferente ante cualquier pregunta o situación. Su chófer no fue la excepción. Comenzó a trabajar para él hace cinco años en los que la misma pregunta rondaba su mente: ¿Por qué el Señor Stoddard –como él le dice– era así? Muchos de los que trabajan para Petrus son testigos de su actitud inusual. Lo consideran un hombre extremadamente serio y reservado, aunque cuando se trata de su trabajo es distinto. Como si tuviera dos caras; dos personalidades coexistiendo en él.

En el trayecto Petrus se mantuvo en silencio. Su chófer, sin miedo a ser indiscreto, le lanzó varias miradas por el retrovisor.

—Señor Stoddard. Quería agradecerle por lo del otro día...

Volvió a ver de nuevo por el retrovisor. Petrus mantenía su mirada penetrante alzada, mostrando una sonrisa extraña que él no pudo descifrar.

—No fue nada, Anthony.

—Quizás para usted no lo fue señor, pero para mí significó mucho. Me gustaría contarle que finalmente podré estar junto a mi pequeño hijo. De no ser por el abogado que usted contrató, seguramente mi exmujer habría ganado el caso y me habría apartado de Michael.

—Anthony... Sé que no suelo ser el más cercano a los que trabajan para mí. Muchos de ellos me consideran un hombre de pocas palabras. Me atrevo a decir que hasta cruel. Tal vez tengan razón, pero eso no me vuelve insensible. Fui testigo de la injusticia que tu esposa quiso cometer. ¿De qué me sirve tener tanto dinero? Estos años consideré gastarlo en cosas que valgan la pena, y no en joyas o prostitutas como acostumbraba a hacer.

—Muchos deberían aprender de usted, tiene un gran corazón. No comprendo por qué los medios lo muestran como ese hombre problemático que se involucra en las drogas y es completamente descontrolado.

—No mienten Anthony, lo sabes bien. No necesitas decir lo contrario solo para agradarme. Ambos sabemos que lo que los medios dicen es cierto. —la sonrisa se volvió una fina línea, que dejó entrever cierto aire de anhelo— Me habría gustado conocerte cuando era más joven. Tus consejos me habrían servido, pero ya es muy tarde.

CABELLOS NEGROS - Libro 1 © Completa, pero en ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora