Capítulo I: La Infiltración

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Las sombras de la noche se extendían sobre el palacio real, un laberinto de piedra y lujo que se alzaba imponente contra el cielo estrellado. Cuatro figuras se movían en silencio entre las sombras del jardín, guiadas por un propósito común: la corona del rey.

Estania, una niña de doce años con una sonrisa traviesa, lideraba el grupo a través de un pasadizo oculto en el muro oeste del palacio.

-Por aquí -susurró Estania, sus ojos brillando con la emoción de la aventura.

A su lado, Turdem, el elfo de orejas puntiagudas y mirada aguda, se mantenía alerta, sus sentidos afinados para cualquier señal de peligro.

-¿Seguro que este es el camino correcto, Estania? -preguntó Turdem, frunciendo el ceño- No quiero acabar en las mazmorras por seguir a una niña.

Estania le lanzó una mirada de reojo.

-Confía en mí, orejas largas. He memorizado cada centímetro de este lugar. Si nos perdemos, puedes culparme -exclamó la pequeña.

Mercurio, una figura misteriosa envuelta en una capa oscura, se deslizó detrás de ellos, sus movimientos casi felinos. Finalmente, Neidelmine, líder del grupo, cerraba la marcha, sus pensamientos centrados en el plan que habían trazado con tanto cuidado.

-Recuerden, en cuanto entremos, nos dividimos -dijo Neidelmine en un susurro firme-. Estania y Turdem, ustedes irán hacia la cámara del tesoro real; Mercurio y yo iremos por la corona. Cualquier problema, volvemos al punto de encuentro. ¿Entendido?

Todos asintieron en silencio, sus corazones latiendo con anticipación. La puerta secreta se abrió con un leve chirrido tras que Estania susurrara la clave y las sombras de los cuatro se deslizaron dentro del palacio.

El interior del palacio era un laberinto de pasillos y habitaciones lujosamente decoradas. Se movieron con cuidado, evitando a los guardias que patrullaban los pasillos, pero se encontraron frenados al ver a unos a la distancia, justo en el camino que los llevaba a su punto de separación. Tomaron otro camino guiados por la niña. Neidelmine tenía los músculos tensos y soltó un gemido ahogado cuando Turdem la agarró del brazo desprevenida.

-¿Nerviosa? -dijo con su usual sonrisa arrogante y relajada. Los elfos son criaturas demasiado calmadas ante el caos. Podría caerles el mundo encima y ellos seguirían sentados bebiendo lasvia.

-No, claro que no. Es que estoy superacostumbrada a robar el tesoro real y la corona del Rey del Epicentro; no sé si lo conoces, pero es el gobernador de la Vía Láctea -ironizó Neidelmine, mirando a través del pasillo que da acceso a su punto de separación, un pasillo poco transitado.

-Tan dramática. Diviértete un poco. No robas la corona del rey más asqueroso todos los días -respondió Turdem.

-Pues el odio hacia el rey es lo que nos une -apareció Mercurio, una criatura del mundo Radiacti con una la piel plateada y el don de envenenar cualquier materia.

-¿Se pueden callar? Estamos en una misión, no tomando lasvia en una caverna -les regañó Neidelmine, sacando uno de sus cuchillos de la liga que tenía en el muslo.

-Tú eres el recordatorio de que no quiero ir nunca a la Tierra y cruzarme con un humano puro -dijo Turdem, y él no es el único que odia a los humanos. Lo irónico es que Neidelmine tiene sangre humana y radiactiva.

-Me alegra saber mucho su opinión, ¿ahora empezamos o no? -dijo empuñando su daga forjada por un hechicero que incrustó savia de sueño hilado en esta. El sueño hilado produce un coma indefinido.

-Que comience la diversión -anunció Turdem.

Llegaron a una encrucijada y, tal como habían planeado, se separaron.

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⏰ Última actualización: Jun 19 ⏰

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