El Encuentro En El Palacio

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El palacio de Lucian, una fortaleza de mármol y cristal, se erguía majestuoso bajo el cielo estrellado, irradiando un brillo que competía con las mismas estrellas. En su interior, las salas estaban llenas de luces doradas, risas sofisticadas y murmullos de admiración.

Esta noche, el evento benéfico organizado por Lucian había atraído a la élite del país, figuras influyentes de la política, el arte y los negocios, todos congregados bajo el techo de aquel opulento edén.

Lucian, impecablemente vestido con un traje negro que resaltaba sus facciones esculpidas, se movía entre los invitados con la gracia de un depredador en su territorio. Su mirada, profunda y enigmática, recorría la sala, observando cada detalle, cada movimiento.

Aunque sonreía y conversaba con facilidad, una sombra de insatisfacción oscurecía su corazón. En medio de todo el lujo y la adulación, había un vacío que no podía llenar.

Entonces la vio. En un rincón de la sala, parcialmente oculta por un grupo de invitados, estaba Elena. Su cabello rubio, largo y ondulado, caía como una cascada de oro sobre sus hombros. Sus ojos dorados, brillantes y penetrantes, parecían contener todos los secretos del universo. Su piel, blanca como el marfil, tenía un resplandor etéreo que la hacía destacar incluso en medio de la multitud más deslumbrante.

Lucian sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Era como si una corriente eléctrica lo hubiera sacudido, despertando en él una obsesión que había permanecido dormida durante demasiado tiempo.

Su corazón, normalmente imperturbable, latía con una intensidad desconocida. Cada fibra de su ser se concentraba en esa figura delicada y serena.

Elena, sin embargo, no parecía afectada por el lujo que la rodeaba. Sus movimientos eran elegantes pero distantes, su expresión tranquila y reservada.

Observaba a los invitados con una mirada que combinaba curiosidad y desapego, como si estuviera allí pero al mismo tiempo en un mundo propio, inaccesible para los demás. El brillo de las joyas, el murmullo de las conversaciones sofisticadas, el aura de poder y riqueza, todo parecía resbalar sobre ella sin dejar rastro.

Lucian, fascinado y perturbado, decidió acercarse. Cada paso que daba hacia ella era como adentrarse en una nebulosa de emociones contradictorias: deseo, posesión, frustración. Cuando finalmente estuvo a su lado, la sombra de su presencia la envolvió como una nube oscura.

— Señorita Elena — dijo Lucian, su voz suave como la seda pero con un filo que insinuaba su verdadera naturaleza — es un placer finalmente conocerla. He oído hablar mucho de su arte.

Elena levantó la mirada, sus ojos dorados encontrándose con los de Lucian. Por un breve instante, un destello de sorpresa cruzó su rostro, pero fue rápidamente reemplazado por una expresión de tranquila indiferencia.

— Gracias, señor Lucian — respondió Elena, su voz melodiosa pero distante — También he oído hablar de usted. Este es un evento muy impresionante.

Lucian sonrió, un gesto que enmascaraba la tormenta interior que rugía dentro de él.

— Me alegra que lo piense. Espero que disfrute de la noche. ¿Puedo ofrecerle algo de beber?

Elena asintió con cortesía, aceptando la copa que Lucian le ofreció. Mientras bebía, su mirada volvía a perderse en la multitud, como si él fuera solo una más de las muchas figuras en su periférico.

Esta indiferencia, esta falta de interés, solo sirvió para avivar la llama de la obsesión de Lucian. Estaba acostumbrado a que las personas sucumbieran a su carisma y encanto, a que buscaran su aprobación y atención. Pero Elena, con su serenidad y desapego, era una excepción desconcertante.

Mientras la noche avanzaba, Lucian no pudo apartar los ojos de Elena. Observaba cada uno de sus movimientos, cada sonrisa leve, cada mirada distante. Sentía como si estuviera viendo una obra de arte viviente, una figura celestial que debía poseer a toda costa. La sombra de su deseo se volvía más oscura y densa, enredándose alrededor de su corazón con garras afiladas.

Elena, por su parte, sentía la presencia persistente de Lucian como un peso. No podía negar el magnetismo de su anfitrión, pero su intuición le decía que detrás de esa fachada perfecta había una oscuridad que debía evitar. Se sentía como una mariposa rodeada por un jardín de flores venenosas, hermosa pero peligrosa.

En un momento de la noche, cuando los invitados estaban distraídos con un espectáculo de fuegos artificiales en los jardines, Lucian aprovechó para acercarse más a Elena. La llevó a una terraza privada, desde donde se podía ver la ciudad iluminada. El aire fresco de la noche y la vista impresionante parecían el escenario perfecto para una conversación más íntima.

—Elena— comenzó Lucian, su voz un susurro cargado de intensidad — hay algo en usted que me intriga profundamente. Es diferente a todos los demás. Quiero conocerla mejor, entender lo que la hace tan especial.

Elena lo miró, sus ojos dorados reflejando las luces de la ciudad.

— Señor Lucian, aprecio su interés, pero soy simplemente una artista. No hay nada especial en mí. Solo trato de vivir mi vida y crear mi arte.

Lucian negó con la cabeza, una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

— No, usted es más que eso. Lo sé. Y quiero ser parte de su vida, de su arte.

Elena sintió una punzada de inquietud. La intensidad en los ojos de Lucian, la manera en que sus palabras parecían prometer algo más profundo y oscuro, la hizo retroceder un paso.

— Señor Lucian, agradezco su interés, pero creo que es mejor que mantengamos nuestras distancias. Soy feliz con mi vida tal como es.

La sonrisa de Lucian se desvaneció, y por un breve momento, la verdadera oscuridad de su alma brilló en sus ojos. Pero rápidamente recuperó su compostura.

— Entiendo — dijo, su voz volviendo a ser suave y encantadora — No quiero incomodarla. Solo quería que supiera lo mucho que admiro su trabajo.

Elena asintió, agradecida por la aparente retirada de Lucian. Sin embargo, mientras regresaba a la sala principal, no podía sacudirse la sensación de que había algo más detrás de sus palabras. Algo que la seguía como una sombra persistente.

Lucian, observando su figura alejarse, tomó una decisión firme. No importaba cuánto tiempo le llevara, no importaba qué tuviera que hacer, poseería a Elena. Su belleza etérea, su indiferencia cautivadora, se habían convertido en una obsesión que no podía ignorar.

— Eres mía, Elena — murmuró para sí mismo, sus ojos fijos en ella — Aún no lo sabes, pero serás mía.

Y así, en la opulenta oscuridad de su palacio, Lucian trazó los primeros pasos de su plan para capturar a Elena, un plan que se convertiría en una danza peligrosa entre la luz y la sombra, entre la libertad y la posesión.

Y así, en la opulenta oscuridad de su palacio, Lucian trazó los primeros pasos de su plan para capturar a Elena, un plan que se convertiría en una danza peligrosa entre la luz y la sombra, entre la libertad y la posesión

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