Celos

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Cuando eres niño, te enseñan a poseer las cosas. Te dicen que ese juguete es tuyo, que esa cama es tu espacio, que ese lugar en la mesa te pertenece. Crecemos aprendiendo a medir nuestro valor por las cosas que poseemos. A medida que crecemos, esta noción de posesión se extiende a las personas. Queremos poseer su tiempo, su atención, su amor. La idea de perder aquello que creemos nuestro puede convertirse en un temor profundo, alimentando emociones oscuras y deformando nuestra percepción de la realidad.

Hace tres años, nunca me habría imaginado estar justo aquí, justo ahora, sin salida, contemplando mi propia prisión tan tangible, pero a la vez tan invisible. "Papá, Mamá, discúlpenme," fue lo último que murmure antes de saltar. Aún recuerdo cómo comenzó todo.

Había recorrido una larga distancia esa noche, con el viento en mi cara y montado en mi Ford Mustang del 68, que había modificado durante varios años. El rugido de aquel motor me hacía sentir libre, indomable e imparable. Al llegar a un pequeño pueblo alejado de toda civilización, sentí una familiaridad reconfortante. Ya estaba acostumbrado a este tipo de vida; me encantaba la aventura. Ir de un lado para otro, disfrutar de la libertad, y ocasionalmente compartir momentos con mujeres que encontraba en mis viajes, era todo lo que necesitaba para sentirme vivo.

Como de costumbre, al llegar, pregunté por el bar más cercano. Beber después de haber conducido siempre era una necesidad, pero también una oportunidad de buscar una compañía agradable. Pasaron unos minutos hasta que por fin encontré el lugar. Inmediatamente noté que era uno de esos lugares donde las historias se tejen en el humo de cigarrillos y los susurros quedan atrapados en las paredes. Allí, entre las sombras y la música suave, la vi.

Su cabello, largo y negro como el ala de un cuervo, caía en cascada sobre sus hombros, brillando con un reflejo sobrenatural bajo las luces tenues del bar. Su piel era pálida, casi traslúcida, como la superficie de un mármol antiguo, fría al tacto pero que parecía guardar un calor interno misterioso. Sus ojos, dos pozos oscuros y profundos, parecían contener secretos antiguos y peligrosos.

Intercambiábamos miradas, y cada vez que estas se cruzaban, sentía un escalofrío recorriendo todo mi ser, como si algo primitivo y salvaje despertara en mi interior. Su sonrisa era una trampa seductora que me llamaba como un faro en la oscuridad, prometiendo placeres y misterios más allá de mi comprensión. Había algo en ella que me invitaba a acercarme.

Sin dudar que aquel cruce de miradas había sido una señal inequívoca de invitación, me dirigí a su lugar. Su sonrisa se amplió, invitándome a sentarme. La conversación fluyó con una facilidad desconcertante. Su voz era suave y melodiosa, como el susurro de las hojas en un bosque oscuro. Al principio, hablamos de cosas triviales: la música que sonaba en el bar, los cócteles que probábamos. Pero pronto, la conversación tomó un giro más profundo.

"¿Crees en el destino?" me preguntó, sus ojos fijos en los míos. Había una intensidad en su mirada que me hizo estremecer.

"Supongo que sí," respondí, intentando mantener la calma. "Algunas cosas parecen estar destinadas a suceder."

"Exactamente," dijo ella, inclinándose un poco más cerca. "Como si nuestras almas estuvieran conectadas por hilos invisibles, llevándonos hacia ciertos momentos, ciertas personas."

Había algo en la forma en que lo dijo, en el tono de su voz, que me hizo sentir que no estaba hablando en metáforas. Era como si realmente creyera que nuestras vidas estaban entrelazadas de una manera que no podía comprender del todo.

Aquello no había hecho más que acrecentar mi interés por ella, así que continuamos hablando y bebiendo, disfrutando de cada sorbo y cada palabra intercambiada. La conversación se volvía cada vez más profunda, hasta que ambos nos emborrachamos. La música y el alcohol crearon una burbuja de intimidad y deseo a nuestro alrededor, haciendo que todo el mundo se desvaneciera.

Creepy's Cortas de TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora