𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐 | 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐋𝐋𝐀𝐑 𝐁𝐔𝐑𝐁𝐔𝐉𝐀𝐒

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(𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐞𝐬 𝐯𝐨𝐭𝐚𝐫 𝐲 𝐜𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚𝐫)

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(𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐞𝐬 𝐯𝐨𝐭𝐚𝐫 𝐲 𝐜𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚𝐫)

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Cuando te encuentras en plena madrugada caminando sobre el suelo del cementerio junto a un agente policial, es inevitable que aparezca esa presión en el pecho que amenaza con arrebatarte el oxígeno

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Cuando te encuentras en plena madrugada caminando sobre el suelo del cementerio junto a un agente policial, es inevitable que aparezca esa presión en el pecho que amenaza con arrebatarte el oxígeno. Tal vez fuera esa sensación la que llevó a Allison a sentir cómo se le helaban las manos; o quizás fuera el viento nocturno, que le erizaba la piel en lo alto de la colina a la que el agente Fraser la había dirigido, el culpable de haber convertidos sus dedos en estalactitas de carne y hueso.

El oficial se movía por la necrópolis de Newington con la familiaridad de quien recorre su propia casa; conocía el lugar como la palma de su mano. Caminaba despacio, con la mirada al frente y la barbilla bien erguida. Lo hacía un par de pasos adelantado a ella, tratando de ofrecerle el espacio que el eco de una muerte cercana y reciente requería. Uno tras otro, dejaban atrás las tumbas y el tumulto del entierro hacia un lugar que, hasta entonces, el ruido y la pena parecían haber olvidado visitar.

La figura del agente Fraser quedó estática junto a un coche patrulla que permanecía detenido, aguardando su llegada a un lado del camino. De manera estratégica, el estacionamiento daba cobijo al vehículo bajo la espesura de un cedro algo mayor que los visibles a su alrededor. Sus ramas lo resguardaban de la inminente llegada de la lluvia, ya anunciada desde el cielo oscurecido; sin embargo, en aquel momento, a la joven del cabello cobrizo poco le habría importado acabar calada hasta el último de sus huesos.

—Tenga, está temblando. Por favor, úsela.

Con una sonrisa cálida, el agente Fraser le ofreció una pequeña manta color tierra para abrigarla. Aún con los nervios a flor de piel, Allison se calentó las manos con su propio aliento antes de tomar el objeto. 

—Gracias, agente. —Le miró con gratitud al envolverse en la tela, percibiendo el reconfortante aroma de la menta impregnado en ella—. Es usted muy amable.

 —No tiene por qué dármelas —declaró él, sonriente—. La amabilidad forma parte de mi trabajo, señorita Reed. Créame, de poco serviría resolver algún que otro caso si por el camino no cuidamos de aquellos que los rodean.

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