EL PRINCIPIO

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Hannah Armstrong hubiese deseado casarse con un buen hombre, rico de gran porte que fuera conocido por muchos, una figura envidiable ante todos.

Hubiera tenido un matrimonio feliz, viviendo en una gran mansión con sirvientes que le acatarán cada una deus ordenes, con pequeños niños corriendo en el patio y eternas veladas románticas junto a su amado.

De esa forma hubiese sido feliz.

E incluso hubiese preferido vivir en la pobreza, en las heces de los caballos, en el frio de los establos, Casarse con un hombre humilde, apenas logrando mantener sus estómagos llenos.

A decir verdad, sus sueños variaban.

Si bien quería estar con un hombre adinerado, la ideas de estar con uno pobre no le molestaba en absoluto.

Lo único que deseaba era estar al lado de un hombre que la amase. Incluso si no había pan para poner sobre la mesa.

Hasta hubiese preferido no concebir hijos y vivir en la soltería.

Hubiese preferido todo aquellos antes que lo que estaba viviendo.

El dolor en su hinchado vientre era insoportable, los espasmos le recorrían el cuerpo y las lágrimas salían a torrentes.

En esos momentos quería morir, incluso si su alma estuviese condenada quería morir. La mente se le nublaba tal como la inmensa oscuridad de la habitación.

Las velas a sus lados no ayudaban, su cuerpo sudaba y sus cabellos negros se pegaban a su frente y espalda. Gritando de dolor y sujetándose de las sábanas bajo ella.

Deseaba morir, con toda su alma, desde el interior de sus entrañas.

Nunca imagino que ella estaría en esta situación, con las piernas abiertas de par en par, sangre saliendo de su interior y monjas a su alrededor.

Sus ojos se giraban hacia arriba, sentía que se le iba la vida, que sus huesos se contraían y que se rompería. Estaba cansada, agotada físicamente y emocionalmente

Ni siquiera estaba pensando con claridad, apenas y podía distinguir los rostros de las monjas que la habían durante su embarazo.

Sintió como le sujetaron los brazos, poniéndole un paño de tela en la boca para que no se moridera la lengua.

-Sigue pujando muchacha, No sucumbas a la muerte que aun no te espera. – Las voces se oían lejanas, distorsionadas entre la habitación.

Todo ceso cuando pujo una vez más y de su lecho salió el llanto de un bebé.

El dolor se detuvo y pudo estar en calma, las lágrimas seguían saliendo y el dolor en sus piernas y su interior era horroroso.

-¡Finalmente ha nacido! -gritaban las monjas.

La hermana superior, Anna se acercó hasta ella con una niña en brazos, extendiéndosela

-¿Quiere verla? Es hermosa y posiblemente sea la única vez que la vea.

Hannah apenas y pudo asentir, tomado entre sus cansados brazos al pequeño bulto que se enrollaba en una cobija roja.

Claro que era hermosa; tenia una delgada capa de cabello castaño, piel blanca, tersa y suave al tacto. Unos labios finos y rositas que se entreabrían, los ojos marrones e inocentes

Su bebe era hermosa.

Y tendría que dejarla porque ni siquiera podía llamarla suya.

-¿Cómo te pondrá? Debería de elegir un buen nombre, que se lleve de la mano con su magnificencia.

BORN FOR EVILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora