A los 16 años, la vida real difiere de los cuentos de hadas que soñaba de niño. En el espejo, veo un reflejo desconocido, un eco de tristeza en mis ojos cansados.
Las ojeras cuentan historias de noches en vela, de sueños perdidos y anhelos desvanecidos.
La palidez de mi piel refleja la carga de la tristeza, un velo de melancolía que me envuelve.
En el espejo, un rostro cansado me observa, un eco de fragilidad y desgaste.
Cada día es una lucha, una batalla contra la apatía y el desaliento, una danza monótona entre la vigilia y el letargo.
¿Es esta la vida que me espera? ¿Despertar cada día para repetir la misma rutina, anhelando la calma de la noche?
La edad no define mi dolor, no limita mi sufrimiento. En unos meses, el tiempo me arrebatará la juventud, pero la desesperanza persiste, anclada en mi ser como una sombra etérea.
No me digas que sea fuerte, que sea valiente, que sea adulto. En mi fragilidad encuentro mi fortaleza, en mi vulnerabilidad halla mi voz. La juventud es un eco lejano, un susurro en el viento que se desvanece con el tiempo.fecha: 23/6/23