Un cazador se diferencia de una persona que está sola pero no caza en que este está enfadado. Sara y Renato se cruzaron un día por la calle. Se miraron. Se reconocieron como la misma cosa. Y pasaron de largo el uno del otro. Los cazadores no quieren huir de su soledad absoluta. Venganza es lo único que desean, y venganza lo único para lo que viven. Por eso, ni una emoción se dedicaron.
Lo que desconocía Renato era que no estaba del todo solo; una sombra siniestra lo seguía pegada a sus espaldas allá donde iba. El detector vibraba. Se volvía y tras el nada había. Era una tortura constante. Sin embargo, el parásito no tenía intención de separarse de él.
Por lo que respecta a Sara, ella era la sombra de su enemigo. Había descubierto la existencia de los demonios, había comprendido y se había preparado. Tenía la certeza de que una de esas criaturas infernales había acabado con Lía. Tenía una hipótesis del autor del crimen. Y se había vuelto otra sombra.
Una sombra lo puede ser cualquiera. Solo es necesario aprender a dominar el arte de la invisibilidad. No literalmente; me refiero al arte de estar ahí e importarle tan poco a nadie que el resultado sea, al fin y al cabo, el mismo que si fuese uno invisible. Los grandes cazadores dominan esta práctica. Los poderosos demonios también.
Mientras tanto, en el Infierno, una madre se preguntaba dónde estaba el primogénito de sus hijos, el que heredaría el trono infernal, también el más irresponsable. La Reina de los Infiernos fue a llamar a su criado de confianza, y le ordenó que le trajese al príncipe ante su persona.
Hacía dos semanas, el Príncipe de los Infiernos había entrado en una cafetería. Se había fijado en un chico sentado unas cuantas mesas más allá, con sillas para dos personas más pese a que la única compañía de la que gozaba era una mísera taza de café. Era muy guapo. Lo oyó hablar con el camarero. Su voz era maravillosa. Nunca antes había experimentado una emoción semejante con un ser humano.
Como todos los demonios, se alimentaba de almas humanas. Se metió en el baño de señoras de la cafetería burlando la puerta cerrada con sus poderes infernales y engulló a la desafortunada que allí se encontraba en tan mal momento. Unos minutos después un hombre entró en la cafetería y se sentó con el chico guapo. Le llamó Renato. Renato le llamó a él papá. El demonio no oyó esto; estaba en ese momento merendándose a la mujer que resultaba ser la esposa de ese papá, la madre de ese Renato. Como tardaba mucho, el padre se asomó al baño para buscarla. El demonio tenía ya la barriga llena, pero decidió llevarse al humano para cenarlo luego.
Renato se convertió en cazador al día siguiente: estaba solo, estaba enfadado, deseaba venganza y no le quedaba más que perder que una vida que en tan absoluta soledad se quedaba en un valor obsoleto.
***
El criado de confianza de la Reina de los Infiernos penetró haciendo uso de sus poderes demoníacos en casa de Renato. La sombra de este era lo que venía buscando. De paso, también lo mataría.
Por desgracia, solo los mejores cazadores en toda la historia habían sido capaces de derrotar a una criatura semejante. Renato solo era cazador desde hacía dos semanas, y únicamente se había enfrentado a demonios menores.
El poderoso ser cogió por el cuello al cazador. Lo mataría, se lo comería y se llevaría de vuelta a las profundidades al tonto del heredero. El tonto del heredero al trono infernal salió de la sombra y arremetió contra el criado.
Amaba a aquel humano.
- ¿Pero qué haces? - gritó el otro.
- Lo siento, pero no puedo dejar que lo mates.
El príncipe se hallaba convencido de que su ser había sido mal hecho. Pues no debía ser posible que sintiese tales sentimientos por un humano. Cuando llegó a su conocimiento que aquellos dos que había comido eran los padres de su cosa preciada, conociendo bien todos los horarios de esta, se cruzó con ella en la calle deliberadamente. Pero era muy diferente. Su expresión denotaba el cansancio vital de la soledad extrema, de lo que es estar solo en el mundo, sin familia, por lo tanto sin vida, o como si no la tuviera. El príncipe descubrió con horror que su nueva ocupación era la de cazar a los seres de su especie.
"Yo le he hecho esto", se dijo.
El cazador miró lo que parecía un reloj en su muñeca. Luego lo miró a él con unos desorbitados ojos de loco que dejaron al ser del infierno hecho polvo. Se fue de allí por patas. Desde entonces es su sombra. Sabe que él sabe que no es capaz de matarlo. El detector vibra y el cazador no ve nada sino sombras. El humano vive con terror y el demonio con desesperación.
"He fracasado como demonio. Le he fallado a todos los de mi especie", pensaba a menudo el príncipe. Y era cierto. Se había enamorado terriblemente de alguien de la misma especie que aquello de lo que se alimentaba. Era repugnante y terrible. Se había comido a sus padres. Lo había dejado solo por completo. Le había arruinado la vida, estaba enamorado de él y era una desgracia.
Le suplicó al criado que no comiese el alma del humano.
- ¿Por qué?
No tenía respuesta para eso. Pero no podía dejar que sucediese. Sin embargo, ¿iba él a enfrentarse a aquel ser que estuvo allí desde su nacimiento, que lo vio crecer y casi lo crio? No podía. Tampoco podía dejar que muriese aquel al que tanto amaba. Le suplicó.
- Déjate de tonterías, es un cazador.
Siguió suplicando.
Finalmente convenció al mandado de la Reina y se fue con él sin rechistar. Dejaron, pues, a Renato solo en su casa, sin explicación para lo que acababa de suceder, con demasiadas cuestiones en su cabeza y mucho miedo.