apogeo de primavera

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Dedicado a: cosaromdom
Me gusta mucho tu historia.























Los mortales no comprenden la magnificencia de la paciencia, a pesar de que la mayoría de los mismos siervos de la guerra lo eran, ellos, entre tantas trivialidades del mundo humano, conocían que en una batalla lo más importante era la espera. Esperar al primer paso o acto de su enemigo u oponente podía mover la balanza a su favor.

Por lo tanto, cuando escuchan el trote de una magnífica yegua tronar el suelo como lo hace Zeus para retumbar su poder en el cielo, ellos aguardan en la entrada del imponente templo que se alza en la planicie rodeada del extenso bosque frondoso y de las montañas rocosas.

A lo lejos, dejando una estela de poder detrás de él, se ve el resplandor del fuego del yelmo de Ares y el oro bruñido de su armadura, el gran dios ha llegado después de una dura batalla en tierras lejanas y desconocidas, guiando el deseo y el ardor de la violencia de los hombres hacia una guerra que culminó con una nación entera resurgiendo de las cenizas al igual que un ave fénix, después de años de subyugación de un gobierno tirano y cruel de un rey que no era justo.

Con cada trote de su leal corcel, Ares se acerca y se abre por sus tierras llenando la oscuridad con el fuerte fulgor de sus propias llamas, recordándoles a los aventureros al resplandores de una antorcha que guía e ilumina el camino hacia la victoria. Al llegar a la entrada de su templo de mármol, granito y oro fundido, Ares es recibido por sus leales siervos que cuidan y protegen su hogar, baja de su yegua de un brinco que podría destruir roca y acero, haciendo sonar el metal que cubre su cuerpo y lo protege.

Bajo el sol de Apolo, el dios se ve bañado en sangre y tierra seca, a guerra y a gloria, no hay nada más que orgullo en su mirada cuando se quita el yelmo y permíteme ver sus ojos azules enaltecidos.

-Mi dios, que bueno haya llegado con bien-lo saluda el más reciente pero feroz de sus seguidores, Yuki. El pequeño hombre que llegó a su escalinata, moribundo y buscando refugio, llorando ante la traición de quienes una vez le prometieron amarlo, es ahora todo un guerrero dispuesto a luchar y a morir en la guerra. Había tantas cosas que enorgullecían al dios de la guerra, y una de ellas era ver transformar a sus propios hombres y mujeres en personas fuertes.

-Gracias Yuki, es bueno verte de nuevo a tí y a tus hermanos.

El dios, a pesar de mostrar una imagen violenta y dura que infunde el miedo en sus enemigos, y que ha trascendido por siglos, que incluso es escrito como una bestia en las historias, también era misericordioso y gentil cuando se trataba de sus allegados. Saludó a cada uno de sus siervos y escuchó con atención sus oraciones y peticiones, mientras otra guerra no comience en el mundo de los hombres, o si sus hermanos no decidan pelear por estupideces, él se encargará de que su templo siga fortaleciéndose.

Hombres y mujeres lo reverencian a su alrededor y le llevan los obsequios que oradores y leales han dejado en el altar de su templo. Vino, telas, oro, joyas o acero abundan entre las manos de sus siervos, Ares solo les da una mirada rápida antes de seguir caminando hacia el interior de su hogar, listo para un merecido descanso.

Pero es interrumpido repentinamente.

-¡Dios Ares!-el dios se detiene, él no tolera las falta de respeto ni mucho menos las ofensas, espera que todos se dirijan a él con deferencia y dignidad después de otorgar su bendición y su asilo, odia que le gritaran con tan poco respeto, pero por el tono que escucha en la voz de la amazona Tina, quien se dirige a él como la marcha inevitable de un corcel salvaje, Ares la perdona.

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