—Vete. Corre —le digo a Faye mientras nos ocultamos entre unas rocas en el bosque—. No mires tras de ti. Encuentra la manera de volvernos a encontrar —hago silencio cuando escucho las voces de los hombres del pueblo en el que me encontraba escondida como una nueva residente de algún lugar lejano, realmente huyo de alguien que me quiere cerca de ella. Los escucho más cerca, miro a Faye y le hago señas para que continúe en silencio, vienen por nosotras al descubrir lo que somos—. Recuerda que el grimorio está en la cabaña, que encantamos para escapar de ella.

—No se pueden esconder para siempre —dice el hombre del que Faye se enamoró y por el cual estamos en esta situación.

—Debería ser yo la que se sacrifique. Fue por mi culpa que nos descubrieran —dice con enojo Faye.

—Ya eso no importa, lo que importa es regresar con vida para ir por el grimorio, además de eso, tener cuidado de no dejar rastro para no ser perseguidas de nuevo —me preparo para salir corriendo en dirección contraria a Faye—. Has que valga la pena este sacrificio.

Mi idea principal es alejarlos de Faye para que encuentre una manera de sacarnos de esta con vida, sino son ellos los que van acabar con nosotras será Ella quien nos encuentre. No quiero matarlos porque eso gastaría las energías que no tengo, anoche no pude reponer porque no me dejaron terminar de hacer el sacrificio. No me permito sentir nada, ni tristeza, ni dolor, ni sufrimiento, ni desesperación, las brujas no tenemos sentimientos. Los sentimientos vienen en el alma y nosotras no tenemos. Tarde o temprano nos descubrirían por tantos rastros que no supimos esconder. Eran demasiado obvias las desapariciones y algunas maldiciones, nos rehusamos a irnos cuando esa era nuestra primera regla de vida. Nuestra Madre nos enseñó bien, sin embargo, fuimos tontas al creer que podíamos con esto nosotras solas o más bien creer que no se darían cuenta.

—Hasta la siguiente vida —digo nuestro lema y desaparezco frente a ella.

Aparezco detrás del hombre que mi hermana Faye se enamoró y le confesó nuestro máximo secreto. Los humanos son tan asquerosamente almáticas. Él se asusta y le dedico una sonrisa de depredador, antes de echar mano sobre mí, vuelvo a desaparecer en forma de humo negro.

—Huir es de cobardes —menciona ese hombre estúpido.

—Mandar al matadero a la mujer que amas es de estúpidos, ¡Oh, cierto! Eres un humano —digo con enojo y mi voz suena aquí y allá.

Él se aleja del grupo de hombres que están detrás de mí. Necesito darle tiempo a llegar al grimorio a mi mano derecha, mi compañera de vida, mi hermana de lazo y poder hacer el último conjuro que nos costará la vida.

—¿Crees que pueden matarnos? —pregunta ese hombre mirando a todos lados pretendiendo encontrarme—. ¿Olvidas que sé cuál es su debilidad y como matarla?

—Todos piensan que es quitándonos el corazón —digo entre risas malvadas detrás de él aún en forma de humo, pero él no me puede ver.

Me muevo con agilidad y me acerco a él, aparezco en forma humana y le quiebro la nuca en un movimiento, vuelvo a ser humo al escuchar los pasos de los otros hombres venir hasta dónde estamos, el cuerpo del hombre tirado a mis pies y yo.

Su olor de humano miedoso y lleno de terror me enloquece, me devuelve a la vida, me gana el deseo de querer jugar con ellos hasta volverlos locos de espanto y aprendan que con nosotras no deben pretender ser caballeros sin armaduras para rescatar a la princesa, ahora más que nunca tienen miedo al ver a su compañero muerto ante ellos, es como una droga para mí, alimentarme de ellos cuando tienen miedo, su alma me dan... Me dan muchos años de vida a la hora de morir, nosotras tenemos la maldición de la longevidad y de las nueve vidas, no hemos usado ninguna, pero podemos morir de muchas maneras.

Luna de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora