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Aún recuerdo la sensación que florecía desde mis entrañas luego de nuestra primera noche juntos, el calor que nos abrazaba y su olor impregnado en mí cuerpo, una fusión volviéndonos uno solo.
Me preguntó cómo me sentía, moría de ganas por responder que jamás había estado mejor, pero, me fue imposible pronunciar palabra alguna. Temía de haberme lastimado, ¿Por qué le importaba tanto mis pensamientos? Me negaba verle, solo podía admirar la poca vista que la gran ventana cubierta por cortinas de una tela fina de color blancas me regalaba, parecía como sí me tratara de consolar.
Me preguntó sí le odiaba, recordarlo me hacía reír, desearía haberme reído en aquel momento, pero con desdén respondí “Jamás podría odiarte, Torger”.
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