piloto.

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𝗗𝗲 𝗽𝗶𝗲, 𝗳𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗮 𝗲𝗹𝗹𝗮,
¿𝗘𝗿𝗮 𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗮𝗿 𝗰𝗼́𝗺𝗼 𝗿𝗲𝘀𝗽𝗶𝗿𝗮𝗿?

El líder de la aldea que visitó era un hombre de figura pequeña, con pliegues brotando de su amigable mirada y una voz rasposa adquirida con el paso de los años; su edad era uno de los factores que le hacía tan respetado entre las personas de la comunidad.

Pero Kaedehara pecaba de escéptico. Desde joven había aprendido a tener su forjar y valorar su propia impresión por encima de todos, eso mismo le llevaba a ser el primero en cuestionar el honorable aire que el anciano emanaba, principalmente porque el hombre tenía un hábito peculiar, pulido; solía fijarse en cada detalle de lo que ocurria alrededor. Cada detalle.

“Kaedehara-sama, se lo ruego: extermine la plaga que saquea nuestros hogares, traiga calma a nuestros habitantes una vez más y si  la paga no es suficiente para abastecerle… Usted podrá quedarse con ella.”

Él parecía saber que Kazuha aceptaría, que ambos se estrecharían las manos y luego él se apresuraría a sacar a los ladrones de la aldea, todo antes de que otro hombre pudiera tomar el encargo y ganar a la recompensa.

Después de todo, nadie podría resistirse a la idea de despertar cada mañana con tan cautivadora belleza. Y así sucedió.

Antes había asesinado a otros hombres, a quiénes usaban su fuerza para sembrar desgracia entre inocentes. Si blandia su espada era para proteger al débil, ese era el principio que le inculcaron desde un comienzo, y sería la primera vez que su corazón lo soltaría. 

Esa noche, sus acciones eran motivadas por un anhelo egoísta, no por la simple idea de ayudar.

Él deseaba tenerla, más que a nada en el mundo.

—Pensé que te darías cuenta antes, pero veo que te he sobrestimado, así que voy a decírtelo: Él te ha engañado.

En la soledad de la habitación, dónde las velas dibujaban sus siluetas sobre las delgadas paredes, ella finalmente habló y él prestó atención. Tela por tela, el samurai observó el kimono caer al suelo por obra de sus delgadas y pálidas manos.

Incluso si la ceremonia se había realizado y ahora era su mujer, Kazuha nunca podría ponerle un dedo encima si ella no lo deseaba; solo podía quedarse sentado sobre el tatami, con el brillo de la candela resplandeciente traspasando su mirada ante cada centímetro que se abría a su desnudez

—No soy una mujer —Confesó.

Zephyr  |  KazuscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora