1/?

220 21 3
                                    



Aemond había recibido la noticia de la muerte de su sobrino temprano en la mañana, la fortaleza era un desastre Aegon exigía venganza, Helena estaba más ausente de lo normal, y Otto y su madre estaban viendo la manera de sacar provecho de la situación.

Era diferente a lo que Rhaenyra había hecho, o al menos eso suponía, por que a pesar de que la noticia de que Lucerys Velaryon el heredero de su casa había muerto en la mandíbula de Vhagar su hermana y los abuelos de este se habían quedado callados, si no fuera por la cabeza separada del cuerpo de su sobrino, todos pensarían que Rhaenyra y los suyos se habían replegado y aceptado las condiciones de Alicent, que ingenuos fueron, ¿enserio creyeron que la muerte de Lucerys quedaría sin castigo?, ¿Qué Daemon se quedaría quieto?, tenían suerte de que la corona no estuviera en su cabeza o si no seguramente estarían todos muertos ahora.

Ahora ya no importaba, el heredero al trono estaba muerto, Helena loca, Aegon en frenesí y los verdes se desmoronaban, el tenia que ser fuerte por defender al patético rey que ayudo a poner en el trono y hacerle frente a la guerra que el había provocado.

Ahora haciendo todo lo contrarío a lo que suponía tenia que hacer, había salido de la fortaleza, había ido a la calle de la seda y estaba desnudo en los brazos de la mujer que a los trece onomásticos le enseño como ser un hombre, todo aquello mientras Aegon yacía con otras mujeres al fondo de la habitación, no era un recuerdo agradable ni placentero, pero al menos lo hacia sentir algo.

La mujer le acariciaba el cabello mientras el le contaba sus penas y emociones, sentir que alguien como Daemon Targaryen había conspirado para matarlo era algo fascinante, no cualquier idiota lo conseguía, aunque tampoco ningún idiota había matado al que fácilmente era el favorito de todo el bando negro.

Abrazo más a la mujer al recordarlo.

Lucerys Velaryon Targaryen, el segundo hijo de Rhaenyra Targaryen, el heredero legitimo de Marcaderiva y del apellido Velaryon, el favorito de su abuelo la serpiente marina y de su padrastro Daemon Targaryen, un joven de gran belleza que rivalizaba con su madre o su abuela Aemma Arryn, en fin una verdadera joya real, estaba muerto, no, el lo había matado de una manera brutal que no dejo espacio a defenderse, solo quería jugar, pero aprendió esa noche que una dragona que vivió en la guerra no conoce tal concepto.

Que ingenuo fue al pensar que los Targaryen controlan a los dragones.

Su sobrino fue por muchos años su persona favorita, y cuando no estaba con Aegon era un niño agradable que lo seguía como los pollitos a sus mamás, lo miraba con asombro y fingía escuchar sus platicas sobre libros y historias, lo tomaba de la mano y lo abrazaba cuando lo veía triste, incluso algunas veces cuando lo veía llorar Lucerys se acercaba a el y le daba un beso, por que su mamá le dijo que así las cosas dejarían de doler.

Pero entonces cambio llego la broma del puerco y luego el simplemente se fue a vivir a una isla, dejándolo solo y a merced de Aegon y los demás a los que este convencía de molestarlo, y cuando volvió verlo la mitad de su mundo se oscureció, pero era un precio justo por que tenia un dragón, en ese momento esas palabras solo las dijo para que todos estuvieran tranquilos, pero no las sentía del todo, pero luego volvió a volar en Vhagar y sintió que lo valía, ser un Targaryen completo lo valía.

Y aun así esa noche se dejo consumir por las palabras tontas de una mujer, ¿Acaso le quito el ojo o las bolas?, ¿Qué podía importar lo que esa mujer pensara? 

El no quería matarlo, nunca quiso hacerlo, Lucerys era importante para el, y escondió todo lo que sentía por el bajo el nombre de venganza, por que le daba miedo que los demás supieran lo mucho que le gustaba ver al otro sonreír, o justificar ante su madre y abuelo las muchas horas que pasaba frente a su retrato en la galería, que alguna criada encontrara sus dibujos debajo de una loza de piedra, o lo mucho que se repetía el nombre Lucerys en sus escritos,  aunque ahora todas las precauciones que tomo para que ni siquiera el mismo nombrara sus sentimientos  importaba, por que el causante de ellos estaba muerto, no, el lo había matado, y dolía, dolía más de lo que una vez dolió la perdida de su ojo, su pecho se sentía tan vacío y frio que no podía más que aferrarse a cualquier rastro de calidez.

Volver a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora