EL RETORNO

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Camila Martínez de la Garza regresaba a Monterrey después de pasar varios años estudiando una carrera en Negocios Internacionales en la Ciudad de México. Al llegar al Aeropuerto Internacional de Monterrey, su cuñada, Mariana, la esperaba con una sonrisa amable y un cálido abrazo.

-¡Camila! -exclamó Mariana, abrazándola con afecto-. ¡Qué gusto verte de nuevo!

-¡Mariana! -respondió Camila con igual entusiasmo-. Gracias por venir a recibirme.

Eran las 10 de la mañana y el sol comenzaba a iluminar con fuerza el aeropuerto. Mientras conducían de regreso a casa en el SUV de Mariana, una lujosa y espaciosa camioneta blanca, conversaron sobre la familia. Camila miró a Mariana con ojos escrutadores y preguntó:

-¿Cómo está papá? ¿Cómo está don Gustavo?

-Tu papá ha estado un poco enfermo , pero todos los demas están bien -respondió Mariana con una sonrisa tranquilizadora-. Tu papá se alegrará mucho de verte.

Camila era una mujer de 25 años, trigueña y siempre impecablemente vestida. Sus ojos reflejaban una curiosidad constante y una inteligencia aguda. Mariana, en cambio, tenía el cabello castaño claro, casi rubio, y era igualmente hermosa. Su belleza radiante no pasaba desapercibida para Camila.

-Ahora entiendo por qué mi hermano Jorge te eligió como esposa -dijo Camila con una sonrisa juguetona-. Eres muy hermosa, Mariana.

Mariana aceptó el cumplido con una leve inclinación de cabeza, aunque se sintió un poco incómoda por la sinceridad de Camila.

-Gracias, Camila. Tú también eres muy hermosa -respondió con una sonrisa tímida.

Mientras avanzaban por las amplias avenidas de Monterrey, Camila observó a Mariana de reojo. Aunque eran casi de la misma edad, Mariana aparentaba ser un poco mayor, quizá por la seriedad de su mirada. Camila notó una sombra de tristeza y desesperanza en los ojos de su cuñada.

-¿Todo está bien, Mariana? -preguntó con suavidad-. Pareces preocupada.

Mariana vaciló un momento antes de responder, desviando la mirada hacia el paisaje que pasaba rápidamente por la ventana del coche.

-Sí, todo está bien -dijo finalmente, aunque su voz no sonaba del todo convincente-. Solo estoy un poco cansada.

Camila decidió no insistir, pero no pudo evitar sentir una creciente preocupación por su cuñada. Algo le decía que la vida de Mariana no era tan perfecta como aparentaba.

-Por cierto, ¿por qué no vino Jorge a recogerme? -preguntó Camila, cambiando de tema.

-Tenía una reunión importante en la empresa -explicó Mariana-. Lo siento mucho, pero me pidió que te trajera y que te hiciera sentir bienvenida. Está muy emocionado por tu regreso.

El trayecto continuó , con cada una inmersa en sus propios pensamientos, mientras el automóvil avanzaba hacia el reencuentro con la familia.

Camila sabía perfectamente que no era muy bienvenida por su hermano Jorge. Fue precisamente por su culpa que ella había tenido que irse de Monterrey. Afortunadamente, en la Ciudad de México conoció a una amiga que le dio la receta perfecta para, al fin, darle una lección a Jorge y ponerlo en el lugar que debería estar siempre.

Mientras seguían en el auto, Camila decidió indagar un poco más sobre la relación de su hermano y su cuñada.

-Mariana, ¿cómo va tu matrimonio con Jorge? -preguntó con un tono casual.

-Va bien -respondió Mariana, aunque su voz sonaba un poco forzada-. Él me ama mucho.

Camila asintió, pero no le creyó ni una sola palabra. Había algo en la manera en que Mariana respondía que le resultaba sospechoso.

-Dime la verdad, Mariana. Conmigo no debes fingir. ¿Cómo te trata mi hermano realmente?

Mariana, que había estado conteniendo sus emociones, finalmente estalló en llanto. Entre sollozos, le contó a Camila todo un rosario de humillaciones e infidelidades de Jorge.

-¡A jijos! Salió especialito mi hermano -exclamó Camila, sorprendida y enfurecida a la vez-. No te preocupes, Mariana. Ya hablaré con ese canalla de Jorge. Me va a oír.

Mariana miró a Camila con esperanza y alivio, aunque también con un poco de miedo. Sabía que enfrentarse a Jorge no era fácil, pero ahora con Camila de su lado, sentía una nueva fuerza y determinación.

El auto siguió su camino, y en el ambiente se sentía una mezcla de tensión y resolución. Camila estaba decidida a defender a Mariana y a hacer que Jorge pagara por su comportamiento.

Camila y Mariana llegaron a la casa materna, donde su madre, doña Sofía, ya las esperaba en la puerta con una sonrisa cálida.

-¡Mi pequeña princesa! ¡Cómo has crecido! -exclamó doña Sofía, abrazando a Camila con fuerza.

-Mamá, por favor, ya tengo casi 26 años -respondió Camila, sonriendo.

-No me importa, siempre serás mi pequeña princesa.

-Bueno, mamá, ¿y dónde está papá?

-Ay, hija, lleva días enfermo. Ya vino el doctor Díaz y lo ha estado revisando. Le da sus medicinas y trata de descansar y comer bien. Parece que se ha estabilizado.

-Ok, mamá. ¿Y Jorgito, mi hermano?

-Ay, hija, ese muchacho no tiene vergüenza. Lleva casi tres días sin pararse en su casa, sin ver a su mujer. Ese muchacho está echado a perder. Ah, pero tu padre lo adora. Ay, no, si bien dice el dicho: ¡Dios los cría...!

Entraron a la casa y doña Sofía llamó a Carlos, el mayordomo, para que bajara las maletas de Camila.

-Bien, hija, ya sabes cuál es tu cuarto, el de siempre, mi pequeña.

-Gracias, mamá. Iré a instalarme.

Después de instalarse y darse un baño muy merecido, Camila fue al cuarto donde estaba su padre.

-Papá, ¿cómo te sientes?

-Bien, hija, ya mejor, y no gracias a ese matasanos de Díaz -respondió don Gustavo, visiblemente debilitado.

-Papá, tranquilízate.

-Bueno, hija, como ves, cada día más viejo y menos sabio.

-Señorita Martínez -dijo el doctor Díaz, que estaba presente-, por favor, no le canse más.

-Ok, doctor, quiero hablar con usted.

Saliendo de la habitación, se dirigieron a un lugar más privado.

-Dígame, doctor, sinceramente, ¿qué pasa con mi padre?

-Señorita Martínez, no puedo engañarla. Su padre está desahuciado.

Camila se estremeció.

-Ok, doctor, ¿cuánto tiempo le queda?

-Hija, la verdad, no mucho. Quizá menos de un mes.

-Doctor, ¿de verdad no se puede hacer nada?

-No, señorita Martínez, solo dar cuidados paliativos.

-Mmm, ok, doctor, muchas gracias.

-Señorita Martínez, traten de que estos días su padre disfrute lo más que pueda de este tiempo que le queda de vida.

Camila asintió, conteniendo las lágrimas. Sabía que los próximos días serían cruciales, no solo para su padre, sino también para enfrentar a su hermano y arreglar todo lo que estaba mal en su familia.

CAMILADonde viven las historias. Descúbrelo ahora