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—¡Hey, Chandler!, ¿Vienes con nosotros?— lo detuvo el rubio

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—¡Hey, Chandler!, ¿Vienes con nosotros?— lo detuvo el rubio

—Ahora no, Gray, tengo algo que hacer.

—¿Irás a buscar a esa chica? Hermano, creo que hay algo de lo que aún no te enteras

—Iré con ella, sí, yo... — el ojiazul soltó un respingo, ni siquiera sabía porqué estaba dándole explicaciones luego de todo lo que había pasado entre ellos —me tengo que ir.

El chico terminó de poner sus libros dentro de su mochila y salió corriendo del aula mientras intentaba acomodarla en su hombro, con su preciada carta entre manos. En mitad del pasillo, cuando sus libros cayeron al suelo con ese estrepitoso sonido, creyó que las miradas de lástima habían sido únicamente por su torpeza.

Pero él era quizás demasiado inocente como para pensar que algo más había pasado. Los chismes corren rápido, y por alguna razón, si estás  involucrado, siempre eres uno de los últimos en saberlo.

Cuánto hubiera deseado que todo aquello fuera un simple rumor.

Recogió todos sus libros y cruzó la entrada de la escuela a través del mar de estudiantes olorosos. Sonrió al pensar en cómo Ellie le estaría pidiendo que esperaran a que todos salieran y la puerta se despejara; cuando Chandler tomaba la mochila de la pelirroja y la abrazaba hasta que todos desaparecieran, porque sabía lo nerviosa que se ponía.

Pero Chandler nunca insistió con el porqué.

La casa de Ellie estaba a unas cuantas calles de la escuela, y Ginna le había dado hasta medio día para volver a casa, así que optó por correr.

Entonces, al doblar la esquina, se dio cuenta de que nunca había deseado algo con tanta fuerza.

Si tan solo hubiera podido volver el tiempo atrás.

Las luces de las torretas atenuadas por el ardiente sol de aquella terrible tarde de septiembre, el montón de personas corriendo de un lado a otro, los gritos, y los idiotas vecinos intentado saciar su morbo.

—¿Tienen la hora? ¡Necesitamos los registros!

—Dos de la mañana. Suicidio.

Chandler recuerda cómo el cielo se oscureció justo en ese momento.

Casi por inercia, sus pies avanzaron rápidamente y cruzó las bandas amarillas que la policía había puesto hace horas, se separaba de los policías y sus brazos intentando detenerlo, con los gritos de la oficial a su lado, la sirena de la ambulancia en el fondo, con sus libros tirados en la acera porque su mochila había vuelto a abrirse.

Ellie le había dicho que tenía que arreglarla, pero él nunca lo hizo.

—¡Alguien aleje a toda esa gente de aquí!

—¿Quién carajos dejó entrar a este niño?

—¡Oficial Len, lo necesitamos por acá!

—¿La maldita ambulancia puede apagar la sirena de una vez?

EPHEMERAL, chandler riggs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora