Las aventuras de Emperia

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Parte 1

-Las personas afirman que el invierno trae consigo desolaciones y penurias. Pero personalmente creo que trae un alivio para los corazones ardientes que arden bajo sus propias flamas.-

Diario de Emperia.

Doscientos eran los pasos que conté antes de llegar a la torre del castillo, un punto ciego sin dudas pero también sin vías de escape, detrás de el solo estaban las gruesas murallas y el rio largo casi congelado por el duro invierno que azotaba el...

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Doscientos eran los pasos que conté antes de llegar a la torre del castillo, un punto ciego sin dudas pero también sin vías de escape, detrás de el solo estaban las gruesas murallas y el rio largo casi congelado por el duro invierno que azotaba el reino, era una opción arriesgada y tuvo que tomarla. —Esos detestables guardias de cuarta— despotricó. La habían descubierto cuando tomo el reloj de jade del rey, objeto por el cuál se encontraba esa fría y decadente noche robando en el palacio real, hace no mucho contrataron sus servicios para hurtarlo y había decidido hacerlo esa noche, en la fiesta del solsticio de invierno; en donde toda la capital se encontraba bajo el jolgorio de la fiesta anual perdidos en sus propios mundos debajo del efecto del alcohol y los excesos, oportunidad perfecta que aprovechó para lograr su cometido. Nadie le prestaría atención a una jovencita de diecinueve años, vestida con un simple vestido de algodón color ocre, pasaría desapercibida por donde sea que vaya o bueno eso fue hasta que un guardia real ingreso a los aposentos de su majestad cuando ella estaba escapando por el balcón.

Doscientos pasos que debía recordar en plena penumbra si quería salir viva de aquello. Ahora como mierda le iba a explicar a su madre que llegó tarde a la cena del solsticio por haber robado el reloj favorito del Rey, debió escuchar a Rebeca cuando le dijo que se dedicara a la costura o cocina en vez de ser una ladrona sin gracia. Así tal vez no estaría en esa situación. Si los guardias no la mataban esa noche lo haría su madre.

—¡Maldita ladrona!, ¡¡¡Ahí esta!!!— vociferó iracunco un hombre con la armadura real que llevaba el emblema del rey en su pecho cuidadosamente tallado sobre el metal, un águila negra con las alas extendidas la apuntaba con su lanza a la distancia desvelando su paradero a sus demás compañeros.

A la mierda los doscientos pasos, ahora solo tenía una alternativa que tal vez no terminaría muy bien; pero no pensaba morir a manos de los ineptos e incapaces guardias reales de Genta. Antes muerta que eso

—Eso sonó bastante contradictorio— se quejo una voz masculina bastante grave.

—Cállate Eunying, ahora no tengo tiempo para ti— le reprochó a su bolsillo en donde guardaba el espejo de mano que había robado a los cinco años a un vendedor ambulante, mientras escalaba la torre hacia arriba con dos de sus dagas encuestándolas en las piedra para poder impulsarse. Para su mala suerte el pequeño y polvoriento espejo que había robado estaba hechizado. Habían encerrado dentro de el un antiguo ser mágico de los que el rey había prohibido pronunciar y recordar que alguna vez existieron, y al tocarlo fue maldecida a estar atada de por vida a el. Eso no le importaba mucho ya que a su criterio hay peores cosas a las cuales las personas estaban atadas de por vida sin una maldición como el conformismo o la pobreza, tal vez si eran maldiciones después de todo.

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