II. La regla de los cinco segundos

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Dejando de lado el sufrimiento del enamoramiento de Lía, los últimos fines de semana estaban viento en popa, pizza, helado y frapuchinos nos acompañan junto con Harry Potter y su batalla contra el señor tenebroso.

—¿No soy una Lavender Brown, cierto? —Pregunta Lía mientras vemos la película de Harry Potter donde a todo el mundo se le alborotan las hormonas.

—Claro que no eres Lavender Brown —Digo poniendo los ojos en blanco — ¡La perra está loca! —Y como validando mi punto Lavender le ponen un apodo ridículo a sexy-amor-de-mi-vida Ronald Weasley.

—Soy demasiado dramática, tal vez por eso no pueden enamorarse de mí. —Lía come un gran bocado de helado.

—Bueno sí, eres un poco dramática —confieso—Pero todos lo somos un poco, tenemos diecisiete y  toda la vida para no ser dramáticos.

—Comenzando ahora.

—Mira Lía, hay personas así, hay personas que simplemente no van contigo —contesto —hay personas que no siempre son buenas enamorándose, hay personas que apestan para enamorarse incluso cuando hay alguien perfecto a su lado.

Yo soy una de ellas.

Lía me sonríe y recuesta su cabeza en mis piernas.

—Lo siento, —Dice Lía de repente.

— ¿Por qué? —Pregunto con la boca llena de pan de ajo.

—Te he estado raptando estos últimos sábados y ni siquiera has podido salir con tus demás amigos ni con Samuel.

Meto a mi boca más pan de ajo de lo que debería y la miro, espero que el tiempo de masticar toda esa bola de masa me de alguna idea de decirle a Lía mi secreto.

No se me ocurre nada así que cambio de tema.

—Tú eres mi mejor amiga. —Contesto —Además yo soy la única que tiene el privilegio de consolarte y no sólo el club de poesía o cualquier otro de tu sequito de clubs.

Lía y yo somos las mejores amigas desde la secundaria, éramos demasiado amigas que aplicamos para la misma preparatoria pero demasiado diferentes para frecuentar el mismo grupo de compañeros, aun así aunque saliéramos con diferentes personas y estuviéramos en diferentes grupos nunca nos dejamos separar.

—Tú también eres mi mejor compinche, amiga del alma, comadre y compañera.

—Eres como un diccionario de sinónimos.

—Aún así me siento culpable de robarte de Samuel, digo es tu novio y...

Mierda, parece que tendré que decirlo.

—Rompí con Sam.

Lía me mira con los ojos como platos — ¡Qué! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué no me habías dicho?

Suspire. —Que termine con Roberto. Hoy en la mañana cuando fuimos a comer y no te dije porque no sé...

— ¿Cómo que no sabes...?

—Pues así, no sé, no quería arruinar el día.

—Es una pijamada de consolación, no se puede arruinar.

Finalmente me rindo y le cuento la historia a Lía.

Me di cuenta que quería terminar a Sam un mes y medio después de que comenzamos a andar. Creo que mi tanque de cursilerías de vida se terminó en ese mes.

Todo iba bien, en realidad, fue perfecto. Fue todo lo que me dijeron, sentí las mariposas y los besos estaban bien (considerando que nunca había besado antes) y en realidad me escuchaba y yo lo escuchaba, el problema era que mientras más conocía a Sam las cursilerías se me acababan.

No me quiero olvidar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora