𝐈𝐕 𝐈𝐧𝐭𝐚𝐧𝐠𝐢𝐛𝐥𝐞

79 5 1
                                    

SLENDER MAN POV

La lluvia caía sobre la ciudad como una manta pesada, oscura y constante. Cada gota golpeaba el parabrisas de mi coche con un ritmo monótono, creando una sinfonía que acompañaba mis pensamientos, pero la rutina era un bálsamo para mi mente. Me gustaba el control que ejercía sobre cada aspecto de mi negocio, el dominio absoluto sobre cada detalle. Nada se movía sin mi conocimiento y eso me daba una sensación de poder que pocos podían comprender.

Al llegar a la mansión los faros del coche iluminaron brevemente la fachada antes de apagarse. Bajé y me dirigí hacia la puerta principal para abrirla. El interior de la casa estaba en penumbra, pero eso no me importaba. La oscuridad era mi aliada.

Subí las escaleras con paso firme y me dirigí directamente a mi oficina. Al cerrar la puerta detrás de mí, el peso del día se deslizó de mis hombros. Me acerqué a la mesa de ajedrez en el centro de la sala y encendí una lámpara de mesa que arrojó una luz tenue y cálida sobre el tablero. Los trebejos estaban en su lugar, como si me esperaran pacientemente.

Me senté y comencé a mover las piezas, enfrentándome a mí mismo en una partida silenciosa. Los movimientos eran precisos, calculados, cada jugada una estrategia en sí misma. Era en estos momentos de soledad cuando mi mente encontraba su claridad.

Hoy, sin embargo, mis pensamientos estaban desviados. La imagen mi nueva asistente, Miriam, se filtraba en mis reflexiones. Había algo en ella, una mezcla de ingenuidad y belleza que la hacía destacarse. Mientras movía una torre, pensé en sus ojos, en cómo brillaban con una mezcla de curiosidad y nerviosismo cuando me presentó los informes. Una belleza etérea, casi frágil.

Calculé la posibilidad. La vida de una persona podía ser descompuesta en una serie de movimientos, como en el ajedrez. Cada decisión, cada acción, llevaba a una inevitable conclusión. Con la misma precisión con la que analizaba una partida, consideré los detalles. Nadie sospecharía. Un accidente, quizás. Un desliz.

Mi mano se movió automáticamente, colocando al rey en jaque mate. La partida había terminado. Me levanté y me dirigí al escritorio, donde encendí mi computadora. Comencé a teclear, creando un expediente con datos sobre Miriam. Su dirección, su rutina diaria, sus contactos. Cada información era una pieza en el tablero y yo el jugador que las controlaba. Me encargaría que los proxies la vigilaran cada segundo de su vida.

El sonido de la lluvia continuaba afuera, constante y distante, mientras los detalles se iban acumulando en la pantalla. El archivo crecía, una compilación meticulosa de todo lo que necesitaba saber.

Finalmente, guardé el expediente y apagué la computadora. Me recosté en el sillón, sintiendo la frialdad del cuero bajo mis dedos. Había tomado una decisión. La partida estaba en marcha, y cada movimiento estaba bajo mi control. Miriam, como todos los demás, era solo una pieza en mi juego. Y yo era el maestro del tablero.

La mansión, siempre en silencio guardaba mis secretos. Mi mente seguía trabajando, cada estrategia, cada posibilidad deslizándose en el entramado de mis pensamientos. El ajedrez, como la vida, era un juego de paciencia y precisión. Y yo, como siempre, tenía la última jugada.

Al llegar a la empresa bajé y me dirigí hacia la puerta principal, abriéndola con un gesto automático. Miriam ya estaba allí, esperando en el vestíbulo con una expresión mezcla de curiosidad y nerviosismo. Su cabello negro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos, grandes y brillantes, seguían cada uno de mis movimientos. La primera impresión fue abrumadora; su belleza era única, casi frágil.

𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚 𝐏𝐚𝐬𝐢𝐨́𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora