𝐈 𝐄𝐥 𝐚𝐳𝐚𝐫

191 9 0
                                    

Rodeado por idiotas disfrazados con ropajes de marca impolutos, cargando con kilos y kilos de fajos de billetes en los abultados bolsillos del abrigo y con relojes caros asomando intencionadamente bajo las mangas - alguno de estos tíos con ellas dobladas para pavonearse descaradamente de este accesorio de último modelo frente a los demás-, la ilusión humana de Offenderman les ganó en la partida de poker por quinta vez esa noche, un poco más humilde con una camisa negra y unos pantalones vaqueros del mismo tono.

-- ¡Já! ¡Joder, estoy en racha! ¡Buena jugada, Luis! -- Felicitó de forma hipócrita al mencionado y le estrechó la mano. Después de compartir un corto pero hostil apretón, pasó esta misma extremidad al culo de una de las dos señoritas que modelaban a ambos lados de su persona.

-- Claro, haciendo trampas gana cualquiera, capullo. -- Comentó entre dientes uno de los cinco señores jugadores que estaban de capa caída por su nueva derrota. Ellos eran los peces gordos del local, a quienes nunca nadie les sacaba un jodido céntimo; pero, Francis -el nombre que usaba Offenderman al mezclarse con los humanos- puso sus enormes huevos sobre la mesa y les sacó la mitad de su fortuna a cada uno.

-- ¿Trampas? ¿De qué habla? -- Se dirigió hacia el acusador que no estaba tan lejos de la realidad como su tono victimista quiso hacer creer; él contaba con una ventaja que ellos jamás se imaginarían: telepatía. Por más inusual que fuese y que no apareciese en las reglas de juego, era trampa.

Una de las chicas adelantó su cuerpo para recoger el dinero que había ganado el hombre y este aprovechó para apretar una de sus nalgas, ante lo que ella no objetó. ¿Quién en su sano juicio le rechazaría?

-- Si me disculpan, voy a invitar a estas dos bellezones a una copa. Disfruten de la noche, señores. -- Les animó con un tono burlón. No solo les estaba restregando indirectamente su pérdida de miles de euros, sino también que una de las guarras con las que iba a cohabitar era una de las amantes del jefe del casino, que estaba rabioso y apretando la mandíbula por haber apostado a su juguete.

Su casa estuvo inundada de jadeos, gemidos y gritos de placer por unas horas, disfrutaba de las chicas a gusto sin dejar una sola parte por probar; aunque le habría encantado haber atado al jefe del casino a una silla para que disfrutara del espectáculo final: las mató a ambas ahogándolas con sus manos y sus tentáculos tan pálidos como él.

Sus vaginas chorreaban semen, su piel estaba decorada artísticamente con moretones de todos los colores, y sus rostros ahora estaban apagados. Se tomó la libertad de chupar uno de los pechos de una mujer que ya antes había descubierto que tenía leche; como un bastardo recién nacido siguió tragando y succionando hasta que se cansó y le arrancó este pecho con sus dientes y se lo comió, en sentido literal. De alguna manera le había recordado a su madre; el hecho de chupar el pezón de una señora es lo primero que se hace al nacer, y esto encendió una furia incontrolable en él.

Desde adolescente le habría encantado asesinarla, bajo su criterio fue por su culpa que vivió siendo un cobardica, su madre le comparaba despreciablemente con sus hermanos por su bajo rendimiento, fuerza y valentía y, cuando le gustó una chica por primera vez, le dejó en ridículo delante de ella; aunque, gracias a eso, es como es hoy... Se aprovechó de ella en el baño de la escuela hasta matarla golpeando su cabeza contra el suelo, y aunque fue a un centro de menores por ello, nunca se arrepintió; allí también se ajenció a alguna enfermera y a alguna compañera, sin embargo, a estas las dejó con vida (ahora están en el otro barrio, regresó a terminar el trabajo en cuanto pudo escapar); en seguida se metió en las drogas, el alcohol, las discotecas, las apuestas y, su preferido, el puticlub, cuyo personal se dio de baja unos cuantos meses por la peculiar idea de Offenderman sobre el placer carnal.

𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚 𝐏𝐚𝐬𝐢𝐨́𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora