Capítulo 13 |

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¡Hoooooooli! 

Siento haber retrasado un par de días la actualización, pero ha sido una semana un poco ajetreada.

Disfrutad,

Leen Candy

*

El camino de vuelta a casa es silencioso y oscuro. La tormenta no clarea un solo segundo y, por lo contrario, consume a mordiscos lo que queda de noche. Cuando llegamos —calados hasta los huesos y con una sensación de hipotermia creciente—, las luces están apagadas, señal de que Kim se ha metido ya en la cama. Una vez sustituimos la ropa mojada por un cómodo y seco pijama, Darren y yo nos encontramos en la cocina.

El sigilo propio de la noche invade la estancia mientras nos mantenemos en completo silencio. El temporal no hace más que empeorar ahí fuera y hace titilar la luz de la cocina, por lo que cada tanto tiempo nos quedamos a oscuras. El olor a petricor, producto de la lluvia incesante, se cuela por la abertura de la ventana y se mezcla con el relente nocturno.

—¿No me vas a responder? —me pronuncio cuando mi paciencia rebosa el vaso.

Estamos sentados en la mesa de la cocina, con una taza de café humeante cada uno para entrar en calor, y nuestras rodillas se rozan por debajo de esta.

—¿Para qué quieres que te responda si ya sabes la respuesta?

El huracán que se ha gestado en mi estómago coge fuerza al escucharle confirmar mis sospechas. En efecto, hemos vivido lo mismo que él plasmó en su cuadro y tantas veces he visto en sus sueños.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que esto iba a pasar? —El corazón me palpita en la garganta, forzándome a que las palabras salgan por ella, y el recuerdo de mis pisadas hundiéndose en la arena se vierte de nuevo en mi mente.

—¿Importa acaso? —Sus ojos lucen sombríos bajo aquellas greñas que le ha dejado la humedad.

—A mí sí.

El silencio vuelve a apoderarse de todo y me fuerzo a intervenir porque no estoy dispuesta a que la conversación termine de este modo, dejándome sin respuestas.

—¿Y qué hay de lo del otro día?

—El otro día no pasó nada —Alarga las palabras como si le hastiara el mero hecho de expresarse—. Estabas bebida y no eras capaz de discernir lo que era o no real. Es todo.

El cómo el enfado se me envalentona y crece en mis entrañas, dejando un espacio irrisorio para el resto de órganos. Tengo los nudillos pálidos debido a lo mucho que aprieto los puños.

—Sabes que no fue así, estaba perfectamente consciente. El que actuaba como si estuviera enajenado de la realidad eras tú, y no lo entiendo. No comprendo la forma en la que actúas de un modo u otro según te conviene cuando estamos cerca —Hay tantas cosas colapsando mi mente que lo suelto todo a bocajarro— Pegaste a un tipo, ¿o eso también me lo vas a negar?

Me sulfura la forma en la que me aguanta la mirada, con una mesura impostada con la que intenta hacerme creer que todo aquello es producto de mi mente.

—¿Y tú? ¿Vas a contarme por qué viniste a la galería aquella noche? ¿Por qué nos seguiste más tarde al bar? No me lo quieres decir, ¿verdad? Pues esto es exactamente lo mismo—Estaba a punto de añadir algo, pero sus palabras me obligan a morderme la lengua y enmudecer—. Estamos en empate.

Cojo tanto aire que los pulmones me arden. No lo soporto cuando se comporta así, le aventaría un martillo a la cabeza, o cualquier cosa que tuviera a mano. Quizá un golpe certero le colocaría el par de tornillos que se le han aflojado.

Llueven sueños sobre Main StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora