Prólogo

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Dicen que el peor dolor no es el que te atraviesa el cuerpo, sino el que te carcome el alma. Y yo lo supe el día que me enamoré de la mujer equivocada.

El amor no debía sentirse así. No debía doler incluso antes de comenzar. Pero ahí estaba yo, experimentando lo que era vivir con el corazón roto... y eso que ni siquiera había tenido la oportunidad de amarla libremente.

Conocí a Blair Beaumont en una noche donde las luces brillaban más que las estrellas y la música envolvía la atmósfera con una elegancia casi etérea. La gala benéfica que mi familia organizó en Nueva York era uno de esos eventos que reunían a la élite de la ciudad: empresarios, aristócratas, filántropos y toda clase de personajes que se movían en el mundo del lujo. La compañía de eventos de la familia Beaumont, Élite Beau, había sido la encargada de hacer que todo saliera perfecto.

No era casualidad. Mi madre, Evelyn Wentworth, había insistido en contratar a la mejor empresa disponible. No tardé en descubrir la razón. Vivian Beaumont, la fundadora, no era solo una organizadora de eventos excepcional, sino también una vieja amiga de mi madre y la esposa de un marques británico. Se habían reencontrado después de años sin verse, reviviendo la amistad que habían forjado en la preparatoria.

Yo no tenía la menor intención de pasar la noche atendiendo formalidades. James y yo nos encontrábamos en la barra de bebidas, con vasos de whisky en mano, dedicándonos a nuestra actividad favorita en ese tipo de eventos: mirar descaradamente a las mujeres más guapas de la gala.

—Nada mal para una noche de beneficencia, ¿eh? —comentó James con una sonrisa ladeada, levantando su vaso en dirección a un grupo de modelos que reían cerca de la pista de baile.

—Definitivamente, la causa vale la pena —contesté con un deje de diversión, aunque mi mirada ya no estaba en ese grupo.

Fue en ese instante cuando la vi.

Su cabello negro como la noche caía en suaves ondas, enmarcando su rostro con una perfección casi irreal. Se movía con una gracia natural, una seguridad que la hacía destacar incluso en un salón lleno de personas que se consideraban el centro del mundo. Conversaba con algunos invitados, su risa era melodiosa, ligera, como si flotara en el aire y se quedara atrapada en los rincones del salón.

Sentí que me habían dado un golpe en el pecho.

No podía apartar la vista. Había algo en ella, algo más allá de su belleza. Su presencia tenía un magnetismo inexplicable. Por un momento, me olvidé de todo lo que me rodeaba. Solo existía ella.

—¡Mira eso! —la voz de James me sacó del trance—. Esa debe ser la chica de la que tanto hablaba tu madre, ¿no? La hija de los marqueses Beaumont.

Lo escuché, pero no aparté la mirada de ella.

—Esa chica está guapísima —agregó James, con ese tono que solía usar cuando algo despertaba su interés.

Algo dentro de mí se tensó.

Fue irracional, fue absurdo, pero sentí una punzada de celos antes siquiera de conocerla.

—La vi primero —espeté sin pensar, medio en broma, medio en serio.

James soltó una carcajada, dándole un trago a su whisky antes de mirarme con diversión.

—¿Desde cuándo aplicamos la regla de "quién la ve primero, se la queda"? —me desafió con una ceja en alto.

No respondí. No podía. Porque, en el fondo, sabía que esa regla nunca había existido. Y porque sabía que James siempre obtenía lo que quería.

Justo en ese momento, la expresión de Blair cambió.

Un hombre se había acercado a ella, hablándole con demasiada confianza. Lo observé con atención. Su sonrisa era insistente, su postura demasiado invasiva. Blair intentó alejarse sutilmente, pero él no captó la indirecta, o peor, la ignoró deliberadamente.

Algo en mi interior se encendió. No me gustó lo que vi.

Mi mano se cerró alrededor de mi vaso con más fuerza de la necesaria. No soporté verla incómoda, con una mueca de disgusto donde antes había habido una sonrisa.

Mi instinto me dijo que interviniera.

Di un paso hacia adelante, listo para acercarme y sacarla de esa situación, pero antes de que pudiera hacer algo, James ya estaba en movimiento.

Lo vi avanzar con esa confianza innata que siempre había envidiado en él. Su andar era decidido, como si no hubiera ninguna posibilidad de que las cosas no salieran a su favor.

—Cariño, te estaba buscando —anunció, con una sonrisa cálida y una mirada posesiva que de inmediato cambió la dinámica de la escena.

Tomó la mano de Blair con naturalidad, como si llevaran años juntos. Su actitud era lo suficientemente convincente como para que nadie dudara que eran pareja.

El sujeto parpadeó, sorprendido.

—¿Quién es tu amigo? —añadió James con una cortesía afilada, la clase de tono que podía parecer educado pero dejaba claro que no había espacio para discusión.

Blair captó el juego al instante. Se aferró con suavidad a la mano de James, su sonrisa era  agradecida pero controlada.

—Oh, solo alguien que estaba siendo demasiado insistente —contestó ella con voz firme.

El hombre dudó un segundo, después murmuró una disculpa y se alejó con torpeza.

James acababa de convertirse en su héroe.

Y yo...

Yo me quedé en mi lugar, observando cómo mi mejor amigo se llevaba la atención de la mujer que no podía dejar de mirar.

Desde ese momento, supe que había perdido antes de siquiera intentarlo.

Los vi hablar, reír, conocerse. Vi cómo la conexión entre ellos se encendía en tiempo real.

Y yo, por primera vez en mi vida, supe lo que era vivir con el corazón roto...

...sin siquiera haber tenido la oportunidad de que me lo rompieran.

Corazones y Castillos:  Dejando ir al amor de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora