Fue un error...

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Cuando salí de clases, me percaté de que las calles se encontraban totalmente vacías e insonoras. En ese momento, la gélida brisa me obligó a colocarme mi sudadera porque ciertamente no deseaba enfermarme.

Mientras caminaba sentía que el viento tenía más fuerza que de costumbre, era como si una entidad poderoso estuviera empujándome hacia atrás. El cántico del aire solo me hacía pensar en uno de mis mayores temores, estar en sitios con gente.

No podría explicarlo, pero visitar espacios públicos era un matirio para mí, aun consciente de que la vida no consistía en una interacción limitada a la virtualidad o dentro del mundo onírico, simplemente que me faltaba acostumbrarme a lugares ajetreados donde el ruido y las personas estuvieran al rojo vivo.

Gracias a este miedo, tuve un mal presentimiento que decidí evadir con música electrónica. Los estruendos antinaturales que escuchaba, eran mi consuelo para el caos acuoso que se aproximaba cada vez hacia mí.

El aire enfureció, moviendo con estruendo a los árboles y cables de la calle, por lo que corrí tan rápido que casi trastabillé. Me sentí horrible ya que mi mente era un desastre, se asemejaba a múltiples guerras coexistiendo en mi interior, imposibilitándome la vida.

Mi mente estaba en blanco, pero mantuve la calma hasta que mis pies me dolieron. Aunque no había nadie cerca, mi ansiedad acrecentó, ahora mis pensamientos viajaban en un tren bala que solo me traía dolor de estómago.

Justo cuando me tranquilizaba, una señora me detuvo. Ella parecía ser una adulta mayor, pero su físico delataba que estaba en forma.

—No deberías estar sola a estas horas —dijo, temiendo a que me pasara algo—. ¡Corres peligro! —Ella alzó los brazos y gritó despavorida ante mi presencia porque nadie acostumbraba recorrer la calle con tanta confianza.

—Voy de camino a casa —respondí, incómoda por su comportamiento.

—Con más razón, debes cuidarte del novio obsesionado, un sujeto que secuestra a las muchachas sin compañía que ve, pretendiendo que son pareja —agregó la mujer, incitándome a tener miedo del camino.

—Descuide, estaré bien —mentí antes de irme, sin olvidar sus palabras. A decir verdad, no quería ser secuestrada ni preocuparme acerca de un delirio.

Volví a colocarme los auriculares mientras retomaba mi andar, asegurándome de que nadie me estuviera siguiendo.

La música era mi lugar seguro, evitaba que recordara mi deplorable situación. Vivir en la actualidad era un desastre para mí porque mi cabeza no soportaba la ciudad, no estaba adiestrada para la locura del día a día.

Todo mi ser estaría tranquilo, admirando miles de atardeceres, sintiendo cómo la gélida brisa del otoño me revitalizaban, pero la realidad era que yo fungía como una hormiga que habitaba una pequeña parcela silenciosa cercana al lujoso castillo de mi líder.

Tras salir de mi reflexión, alcé la vista para encontrarme con un joven adulto pelinegro de ojos avellana, quien me abordó.

—Qué bella luces, amo tu blusa floreada. Me recuerdas a mi ex novia, quien se negó a casarse conmigo porque según soy un psicópata. ¿Puedes creerlo? —ironizó.

Su última frase me erizó la piel. ¿Cómo era posible que él bromeara con el hecho de que era un psicópata? Nadie en su sano juicio diría algo como eso.

—¿Qué quieres? —lo cuestioné, enfrentándome a mi miedo de hablar con un total desconocido.

—Ya sabes exactamente qué deseo —me aseguró, sonriendo con malicia—. Te puedo acompañar a casa, tus padres estarán esperándote, ¿no? —se ofreció, aproximándose.

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