Capítulo 4: Seis consejos para sobrevivir en una sociedad líquida

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¿Cuál es la diferencia entre el amor de tu vida y tu alma gemela?, se preguntó Jigoro.
En un mundo donde se vive rodeado de cambios constantemente acelerados es difícil saberlo.

Lo que hoy es un dogma inamovible, mañana es algo anticuado que alguna vez se usó, pero que fue dejado atrás rápidamente por algo mejor. Se cambia de un trabajo a otro sin pestañear y las parejas pasan como los trenes por el andén.

Zygmunt Bauman lo llamó la modernidad líquida.

Pero, aún con este frenético ritmo de vida a veces es bueno detenerse un rato y escuchar.

Para alguien con la edad de Jigoro Kuwajima, a través de los años aprendió que eso es simplemente imprescindible.

Él te da algunos consejos, por supuesto.

1. Escucha a la voz que clama en el desierto.

El desierto es un lugar físico, marcado por la ausencia. Allí hay silencio, carencia de vida y soledad. Esas mismas ausencias las encontramos en nuestro mundo, aun rodeados de cosas y personas. Todo habla, pero no dice nada. Todo se mueve tan rápido que nos cuesta reconocer el pulso de la vida natural.

Todo es un sin sentido lleno de ruido zumbante.

O al menos así se sentía.

Jigoro bajó la mirada, con el llanto de fondo de Kaigaku desde la otra habitación le cuesta concentrarse correctamente en el recién nacido que sostiene en brazos. Esos grandes ojos color miel busca alrededor de la habitación con desesperación. El hombre sabe que está buscando a su madre, pero no hay nadie más ahí, nadie más que él.

Otro suspiro escapa de Jigoro, como si intentara calmarse a sí mismo, mientras Kaigaku deja de llorar y ahora el hombre se ve obligado a ir a la otra habitación para asegurarse de que todo esté en orden.
Mientras camina, Jigoro arrulla a Zenitsu, pero sabe que nada calmará al rubio hasta no tener el aroma de su madre.

Pero ella se fue, y no dejó nada más con lo que Jigoro pudiera distraer al infante.

Kaigaku está recostado en la cuna, y su rostro está rojo de tanto llorar, así que Jigoro toma un suéter azul de algodón que había dejado sobre la mecedora, y lo deja junto al rostro del azabache. Inmediatamente el niño deja de sollozar, y gira su rostro en dirección a la prenda. Ese suéter perteneció a la madre de Kaigaku y Kaigaku reacciona instintivamente al aroma.

Zenitsu se agita más en los brazos del anciano y Jigoro realmente desearía poder hacer más para brindarle consuelo, pero no tiene nada.

Esa mujer no dejó nada.

Y entonces lo comprendió.

La vida de Zenitsu sería difícil desde el momento en qué, aún siendo un recién nacido, el indefenso y asustado infante buscaba desesperadamente la presencia de su madre para reconfortarse pero no la encontraba.

Su madre ni siquiera lo cuidó, ella durmió en casa de Jigoro poco más de seis días porque el hombre no tuvo el coraje de correrla en cuanto ella llegó pidiendo ayuda.

"Piense en su nieto", dijo ella mientras acariciaba su vientre, pero Jigoro solo lo entendió como un complemento descaro de su parte. "No tengo a dónde ir. Tenga piedad. Por favor".

La cosa está en que un Omega duerme mucho después de dar a luz, y Jigoro no quería ser el causante de que algo le pasara a ese niño si es que ella simplemente se rendía del cansancio.

El niño no tenía la culpa.

Aún cuando el niño en cuestión definitivamente no podía ser su nieto. Ese cabello rubio, esos ojos color miel. La forma de su nariz, el contorno de la mandíbula. No, Zenitsu definitivamente no podía tener un parentesco con él. La mujer probablemente se había embarazado de otro hombre.

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⏰ Última actualización: Jun 29 ⏰

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