o. ¡al agua pato!

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─Debiste mejor hablarlo con el director...

─¿Y que solo me digan que la ignore o que solo son juegos de niños? Ni hablar.

─Pero ahora llamaron a tu madre...

─Bueno... Claramente no pensé en esa parte.

─Tal vez lo entienda cuando le digas que te molestó todo el año y que por eso la tiraste ─el chico frente a mí decía, sus palabras cada atropelladas, con una expresión como si de repente algo, o mejor dicho alguien, saliera para regañarle por no haberme detenido a tiempo─. Aunque eso no estuvo muy bien, Aelin.

─¡Me iba a pegar un chicle en el pelo, lo vi, Grover, claro que estuvo bien! ─me quejé, mirando a mi izquierda en donde desde esta distancia podía jurar que oía a la chica de mi edad llorarle a su papi como si ella no me hubiera estado molestando todo el año escolar─. Es una suerte que ya no tenga que verla porque las clases terminaron.

La escuela en la que Grover y yo estábamos asistiendo llegaba a su fin (no literalmente, sólo para nosotros), así que de cierta forma a los profesores se les dio la brillante idea de llevarnos a todos del último año de excursión como despedida.

Laila Macready era una niña de mi edad, un poco más alta y que se creía la reina del mundo. Era feísima y malvada, tan así que no podía creer que haya tenido un novio antes que yo. Molestaba a toda chica que se cruzara en su camino, y yo tuve la mala suerte de ser una de ellas.

La odiaba con todo mi ser, y tirarla al agua del lago en el que estábamos pasando fue la mejor idea que se me vino a la mente ni bien oí su irritante voz. Ella estaba lista para molestarme de nuevo, así que me deshice de ella antes de que pudiera siquiera esperarselo.

Sabía que no estaba bien, y yo no suelo hacer estas cosas, pero Laila fue la única que logró colmarme la paciencia. Además, es una chica que no aprende con palabras, así que hice lo mejor que se me ocurrió: callarla con acciones.

Cuando Grover palideció hasta el punto de hacerle competencia a una hoja de papel, abriendo los ojos con grandeza mientras miraba hacia el lado contrario al que estaba Laila, supe que estaba perdida. Seguí su mirada y vi a mamá bajar del auto, lista para saber por qué la habían hecho ir hasta aquí cuando el viaje en el micro duró como dos horas.

Pero al parecer Laila hizo tanto escandalo que a los profesores no les quedó otra que dejarnos aquí en vez de ya llevarnos de vuelta a la escuela donde nos esperarían nuestros padres.

─Tranquilo, Grover ─le dije, tratando de que volviera a su color natural─, ella no se irá contra ti. A lo sumo te prohiba sus galletas por un día.

─¡No! ─exclamó Grover, como si le acabara de tirar la peor noticia─. ¡Sus galletas no!

Esperé muy pacientemente, hasta que mi madre se posicionó junto a nosotros, mirandonos a través de unas gafas de sol. Pude ver cómo Grover tembló de pies a cabeza, y tal vez yo también lo haya hecho.

─Suban al auto ─fue lo único que dijo mamá, y los dos le hicimos caso sin replicar.

Por la ventana del auto pude ver cómo mamá hablaba con el padre de Laila. No conocía al hombre, pero por su expresión y el cómo movía las mabos al hablar me decía que era igual de idiota que su hija fea.

─Como dicen por ahí: de tal palo tal astilla... Si era así, ¿no? ─miré a Grover, esperando a que me dijera si me había equivocado o no, pero él lo único que hacía era temblar con la mirada fija en el frente.

Suspiré y me recargué en el asiento. El silencio se apoderó del lugar, hasta que se escuchó el ruido de una de las puertas del auto abrirse y luego cerrarse, y ahí ambos nos sobresaltamos como si ninguno hubiera estado prestando atención a sus alrededores.

ALIBI, h. potter & p. jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora