1

120 34 1
                                    

Respiré profundo y sonreí al ver tan bello paisaje. Ya se me estaba haciendo costumbre. Solo allí, a orillas de aquel ancho río y cubierto por aquel cielo celeste maravilloso, las voces burlonas de mis compañeros de colegio no dolían tanto.
Hacía un mes que había vuelto a ese pueblo. El pueblo que me había visto nacer, a mí ... Y a mi madre Yemma aunque con otro nombre: Soler. Un nombre masculino que tanto ella como yo habíamos olvidado hacía tiempo pero que por alguna razón era el tema favorito de la gente de este pueblo.
Habíamos hecho un pacto mi madre y yo. No me enojaría, no reaccionaría, no contestaría ninguna provocación... y me había comportado... Porque sabía que era por poco tiempo, sabía que para Navidad posiblemente volviéramos a nuestra antigua casa. Me había comportado por ella. Y para dejarla más tranquila, le había asegurado cada día al regresar de mis clases que nadie me había dicho nada.
Nunca le contaba la verdad. No le contaba sobre los insultos en el baño o en los pasillos. Y no le contaba sobre mis escapadas al río cada tarde.
Ni tampoco hablé sobre la primera vez que lo vi.
Ni yo sospechaba cuánto me iba a cambiar la vida aquel enigmático muchacho de la balsa...

El muchacho de la balsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora