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Si existía algo peculiar en Alastor, era su capacidad para controlar sus instintos.

Desde que fue humano hasta que se convirtió en demonio, orgullosamente podia decir que nunca tuvo la necesidad de arrodillarse ante nadie.

Cuando era humano, un niño humano, siempre creyó que la felicidad se encontraba siendo un alfa. Todo lo que le enseñaron en su escuela católica le reforzó la idea de que el poder estaba en las manos de los que estaban más arriba en la escala. Desde la autoridad de sus voces hasta la fuerza de sus manos, Alastor deseaba todo eso.

Para su desgracia, el mundo no solo le quitó a su amada madre, sino que el día siguiente de su entierro, despertó con una sábana mojada y un olor ácido.

Era verdaderamente irónico cómo resultó ser todo lo contrario a lo que había esperado.

Un omega macho.

Una aberración que nadie debía descubrir.

Los primeros días fueron un verdadero infierno. Su cuerpo ardía y su mente le pedía incesantemente que buscara a un alfa para poder procrear descendencia. Ni siquiera el agua lograba bajar el calor que sentía. Orgulloso como siempre, luchó y se encerró en su cuarto, siendo atendido por su tía, quien intentó persuadirlo y presentarle prospectos que lo ayudaran.

Esa mujer estaba loca; no se arrepentía de haberla matado.

Sin embargo, el deseo biológico no disminuyó a pesar de que pudo cubrir cualquier vista al exterior para evitar ser visto. No solamente era el deseo de ser follado, sino que iba más allá de eso, necesitaba a alguien que lo protegiera, alguien lo suficientemente fuerte para retarlo. Quería una pareja. 

Los pequeños gemidos se transformaron en gritos el penúltimo día, y los gritos se convirtieron en suaves súplicas que salían de su boca, apenas audibles por su desgastada garganta.

Su omega le exigía traer un alfa, tener algo dentro, el hormigueo inicial se profundizaba al punto en el que le era imposible mantener las piernas cerradas sin sentir la sensibilidad de lo que eso implicaba. Alastor recordaba vagamente cómo había intentado calmar ese dolor, moviéndose en su cama desesperadamente, apretando sus muslos y frotándose contra sí mismo para aliviar un poco. Moliéndose contra una de sus almohadas. 

Lejos de ayudarlo, solo lo estresaba más.

Cuando sentía que estaba a punto de llegar, su cuerpo automáticamente le recordaba que eso no era lo que estaba buscando, y la ansiada liberación se quedaba en un absoluto sentimiento de insatisfacción. Dejándole el cuerpo tembloroso y lloroso.

Fue una horrible etapa que se repitió innumerables veces.

Y ni una sola de esas veces se dejó llevar por sus instintos.

Esa resistencia, esa voluntad férrea, era lo que le había permitido sobrevivir y prosperar. Alastor había aprendido a controlar su cuerpo y sus deseos, transformando esa energía en algo que pudiera usar a su favor. No necesitaba un alfa, no necesitaba a nadie. 

Cuando llego al infierno, las cosas lejos de mejorar empeoraron.

Para empezar, a pesar de que su casta se mantuvo, su cuerpo cambio.

Fue increíblemente molestoso sentir ese cosquilleo entre sus piernas al ponerse su rompa interior. Ya no solo era un problema sino que ahora tenía otro problema aún más grande. Ahora tenía una vagina. Una vagina sensible que al sentir rose de algo mínimamente duro le provocaba una punzada que se extendía por toda su parte baja. 

SOUR//Appleradio OMEGAVERSE R18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora