La presentación.

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Hola a todas, os dejo por aquí una historia corta que se me ocurrió el otro día y que he querido dejar por escrito aquí. Espero que la disfrutéis. Mucho amor a todas.

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-Sabes, hace tiempo que tienes otra vez ese brillito en la mirada... -comentó Isidro mientras sumergía la magdalena en su taza de café, sus ojos llenos de curiosidad.

-¡Qué dice padre, eso son tonterías! -se apresuró a excusarse Fina, agitando una mano en el aire-. No olvide las pastillas del desayuno y, sobre todo, las de media mañana, ¿eh? No quiero que Digna le vuelva a amonestar.

-Sí, hija, sí, pero no me cambies de tema... ¿Has vuelto con ella? -insistió Isidro, su tono ahora más persuasivo.

-Padre, por favor... -lo interrumpió Fina antes de que pudiera decir algo más. Miró la cocina vacía y suspiró, derrotada ante la mirada suplicante de su padre. Se frotó la cara con las manos y las apoyó sobre la mesa-. Está bien, si le contesto... ¿dejará de preguntarme a todas horas y me dejará irme a trabajar en paz?

-Claro -respondió Isidro con una sonrisa ladeada, prestándole toda su atención.

-Lo hemos arreglado, nos dimos otra oportunidad después de que usted mejorara con el medicamento -confesó Fina tranquilamente, siendo la primera vez que hablaba tan abiertamente de su relación con su padre-. Estamos volviendo a vernos, siempre que podemos.

-Cuánto me alegro, Fina, te mereces ser feliz, no hay nada que yo quiera más -Isidro tomó la mano de su hija y la apretó cariñosamente.

-Ahora a acabar de desayunar -le instó Fina, mirando el reloj y viendo que aún tenía un poco de tiempo antes de tener que correr a la tienda.

Terminaron de desayunar con tranquilidad y, después de que Fina lo dejara todo recogido en la cocina de la casa grande, Isidro se acercó para despedirse.

-Quiero conocerla -dijo simplemente, mirando a Fina a los ojos con un amor infinito en ellos.

-¿Qué?

-Sí, a mi nuera, la quiero conocer. No tiene que ser formal, pero quiero que deje de ser secreto.

-Padre, por favor, eso ya sabe que no puede ser.

-Mira, yo no te digo que la traigas a comer a casa en Navidad, solo dile que podemos almorzar en la cantina el viernes. Ahí nadie va a pensar nada si te tomas un bocadillo de jamón con tu pobre padre y una compañera de trabajo.

Fina se quedó sorprendida, sin saber cómo responderle a su padre. El hecho de que él hubiera dado el paso para normalizar su relación la hacía muy feliz, pero no sabía cómo se lo tomaría cuando se enterara de que su pareja no era una simple trabajadora de la fábrica, sino la hija del patrón, una De La Reina nada más ni nada menos. La dependienta balbuceó unas cuantas veces, e Isidro, compadeciéndose de ella, le acarició la cara con una sonrisilla.

-Bueno, díselo. Si viene, bien; si no, a la próxima. Pero espero conocerla, no se puede esconder toda la vida. También quiero preguntarle sobre sus intenciones con mi hija -dijo, dándose la vuelta y riéndose mientras salía de la cocina.

-Dios mío... -se lamentó Fina mientras salía tras su padre camino a la tienda.

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Fina agradeció el ajetreo de la mañana, una avalancha de clientas antes de la hora del almuerzo había vaciado muchos estantes de la tienda, dejando otros casi sin existencias. Había mandado a Claudia y a Carmen a almorzar, diciéndoles que ella se quedaba y empezaba a reponer, que no tuvieran prisa en volver. Mientras reponía los últimos cofres de "Anhelos de Mujer", escuchó la campanilla que anunciaba la llegada de un nuevo visitante a la tienda.

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