Un pitido en su mente lo acompañó en su camino a casa, esperaba que su expresión de muerto no llamara la atención de su madre y que ella solo se enfocara en conducir.
Mackenzie estrujaba las pequeñas mechas de su largo cabello para buscar confort, esperaba que mientras más lo hiciera, más se le ordenaran las ideas en su mente.
Sea lo que sea que tenía en la cabeza lo mareaba. El sentimiento aún no se iba. Llevaba en su cabeza desde que oyó las palabras del russell; sus mejores, y únicos, amigos eran ahora novios, una pareja, un par. ¿Eso dónde lo dejaba a él? Seguramente irían a citas y ya no estaría contemplado en ninguno de los planes de ellos.
Incluso si lo contemplaran en sus planes, era ahora nada más que una tercera rueda, el chico del violín, el mesero del vino. ¿Siquiera valdría la pena salir con ellos tomando en cuenta lo que le acababa de suceder? Después de todo habían llegado descaradamente tarde a su reunión, ¿Qué los iba a detener de hacerlo de nuevo? O de cancelar por completo por algún compromiso entre ellos dos.
¿Qué era lo que le quedaba?
Soledad.
¿Era eso?, ¿Era eso lo que tenía?, ¿Era eso a lo que le temía? Que ellos dos estuvieran juntos significaba que su existencia sería todavía más irrelevante. Convertirte en la pareja de alguien te volvía automáticamente el ser más importante en la vida del otro, ¿Qué no? Los compromisos más esenciales eran entre ellos, era un sacrilegio omitirlos. El bienestar del otro era la prioridad número uno en la lista, el de todos los demás era un inconveniente que te impedía seguir pasando el tiempo con tu pareja.
Su pensar fue cortado cuando sintió el vehículo hacer el giro de su calle, estaba en casa. Se había pasado todo el viaje en sus pensamientos. Giró su mirada de lado a lado para orientarse, volviendo por completo al mundo real.
"¿Quieres cenar, amor? Tu padre compró unas donas cuando volvió" inquirió su madre mientras se bajaba del auto.
Realmente no tenía tanta hambre, haberse comido el bote de palomitas casi por su cuenta lo había dejado bastante lleno, pero su madre lo estaba viendo directo al rostro, si se negaba podría sospechar y preguntar. Parpadeó tétricamente varias veces antes de responder "Claro, está bien"
Su madre lo miraba con curiosidad a medida que se adelantaba para entrar a la casa. ¿Qué cosa le pasaba a su hijo? Mackenzie había pasado directo a su habitación para evitar cualquier otra conversación. Su padre no había notado la presencia de su hijo hasta que la tabla del piso rechinó. Salió de su propia habitación para saludarlo pero se encerró antes de que pudiera abrir el hocico. La actitud lo tomó por sorpresa, Mackenzie no era ese tipo de chico. Puso su paso a su esposa, siendo que ella lo trajo, debía saber algo sobre el porqué Mackenzie podría estar así.
"¿Qué le pasa a tu hijo?" Preguntó con curiosidad.
"No lo sé, cuando lo recogí ya venía con esa cara"
"¿Se habrá peleado con sus amigos?" sugirió el padre.
"Quizá, aunque sería raro, ellos son muy unidos"
"Sí, eso es verdad" El padre se puso a divagar con la mano en el mentón mientras le daba una discreta mordida a una de las donas que había comprado.
"Al menos espera a que el café esté listo, amor" Su esposa fue a darle un abrazo por la espalda a su marido, este felizmente aceptó, frotando su mejilla con la de ella.
Mackenzie estaba recostado, su mirada pegada al techo en la oscuridad de su habitación. Mientras que sus pensamientos se habían detenido, su mente seguía cansada, sobrecargada por todo lo que había pensado. Por lo menos su cómodo colchón le brindaba un poco de confort al hundirse en él.
ESTÁS LEYENDO
Ojos para dos
RomanceMackenzie es un chico solitario, con un grupo de amigos limitado y para él, es más que suficiente. Ahora, debido a un mal día y un gran cambio dentro de su círculo de amigos, no puede dejar de pensar, sin siquiera saber en qué está pensando exactame...