El cielo, un lienzo de tonos grises, se extendía sobre la ciudad, ocultando el azul con su manto nublado. Figuras etéreas, femeninas, con alas de ceniza y cuerpos desnudos de tonalidades plomizas, danzaban entre los escombros de los edificios que una vez se alzaron majestuosos, ahora marcados por las cicatrices de la guerra. La Tercera Guerra había estallado, no una lucha entre humanos, sino una batalla contra estas entidades desconocidas.
Con determinación, me abrí paso entre el caos, mis revólveres escupían fuego, desterrando a estas criaturas al vacío de su existencia. Una tras otra, caían, sus gritos se mezclaban con el crujir de la arena bajo mis botas, en un escenario donde la luz solar apenas se filtraba, y el viento, antes vivo, ahora parecía contener la respiración.
Allí estaba yo, ataviada con una camisa negra que absorbía la desesperanza, pantalones que habían corrido a través del tiempo, dos revólveres que eran extensión de mi voluntad, una chaqueta marrón que me envolvía como un escudo, y un sombrero negro, cuya cinta blanca era el único vestigio de pureza en un mundo consumido por el miedo. Sobrevivía, cada disparo resonaba como un eco en la eternidad, acompañado por los lamentos de aquellos que huían: mujeres, hombres, niños, todos buscando refugio en la incertidumbre.
No había detención posible, solo la esperanza contenida en las balas sagradas, consagradas por el padre en un ritual de fe y desesperación. El aroma de la pólvora y la sangre se convertía en mi perfume, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida y la tenacidad del espíritu humano.
—¡Ahhh! —El grito desgarrador del hombre rubio cortó el aire mientras disparaba en vano con su ametralladora. Las balas ordinarias no tenían efecto en la abominación que se cernía sobre él.
—¡Cuidado! —grité. En un destello de movimiento, lo arrastré fuera del camino, mis revólveres cantaron y la criatura cayó derrotada.
—Mu... muchas gracias —balbuceó, con la mirada perdida en el caos que nos rodeaba.
—Huye ahora, este lugar pronto será un nido de ellos —le dije con firmeza, empujándolo suavemente hacia la seguridad.
—¡Sí! —exclamó, y con un nuevo sentido de urgencia, se unió a la estampida de almas desesperadas que buscaban refugio.
Continué disparando, cada detonación resonando como un eco de mi desesperación. Las balas, mi último recurso, se agotaban al igual que mi energía. Mi respiración era un torbellino, cada aliento más pesado que el anterior, y el sudor perlaba mi frente mientras corría. Buscando refugio, me lancé detrás de unos muros derruidos. Con la espalda raspando la áspera pared, descendí hasta quedar sentada en el suelo frío y polvoriento. Mi visión se enturbiaba, las imágenes se fundían en un borrón indistinguible, y mis oídos zumbaban, sordos al mundo, excepto por el retumbar de mis propias balas.
De repente, una sombra se desplomó del cielo encapotado. Era uno de esos demonios, descendiendo con una gracia perversa, sus garras preparadas para el golpe mortal. Con sus alas desplegadas, cortaba el aire, apuntando directamente hacia mí, listo para clavar las garras de sus pies en mi ser vulnerable.
—Vaya, vaya, señorita Valeria, nunca imaginé verte tan desprevenida —comentó Ren con una sonrisa burlona, tras salvarme de un destino fatal con un disparo preciso y un elegante giro de su revólver.
—Ren, ¿qué haces aquí? La frontera te necesita, ¡el clan cuenta contigo! —repliqué, aún recuperándome del shock.
—Tranquila, novata. La frontera ya está segura, mi visita fue más breve de lo esperado. Y bueno, deberías estar agradecida; sin mí, serías historia. Aunque, para ser honesto, tu seguridad no es mi prioridad... pero ya sabes, eres la hija del jefe —dijo Ren, su voz teñida de un desdén que no lograba ocultar del todo su verdadero interés por mi bienestar.
—Ayúdame a levantarme, por favor. Debo ir a la base por provisiones —dije, intentando ocultar mi debilidad.
—¿Y por qué debería hacerlo? Levántate tú sola —respondió Ren con una sonrisa, aunque sus ojos traicionaban una preocupación que no quería admitir.
—No tienes que ser tan duro siempre —repliqué, mientras me esforzaba por ponerme de pie.
—Aquí, toma esto —dijo Ren, entregándome un arma con un gesto de camaradería.
—Pero esta no es tu arma —observé, confundida.
—No la necesito. Mis nudillos están bendecidos, y eso es suficiente. Ahora, vamos —dijo, y sin esperar respuesta, se lanzó hacia la batalla que nos esperaba.
La verdad es que mi conexión con Ren se remonta a nuestra infancia, cuando los juegos de niños se entrelazaban con las leyendas que mi padre, el más renombrado cazador de demonios de Transilvania, solía contarnos. En aquellos tiempos, personas sedientas de poder, desde las esferas gubernamentales hasta las sombras del entretenimiento, forjaron pactos oscuros para alcanzar sus ambiciones desmedidas. Ignorantes del peligro, abrieron un portal entre nuestro mundo y el reino infernal, desatando una marea de oscuridad sobre la tierra.
Mi padre, junto con otros valientes, fue convocado por la iglesia local. Se sometieron a un riguroso entrenamiento, y él emergió como el más destacado entre ellos. Tras años de una guerra interminable, llegó mi momento de unirme al gremio sagrado de los cazadores de demonios. Comencé mi entrenamiento junto a Ren, pero él siempre me superaba, en cada prueba, en cada desafío. Los maestros, ciegos a su destreza, me favorecían a mí con puntos que no merecía, mientras que a él le negaban el reconocimiento justo.
Durante nuestra estancia en la academia, desde los primeros días en el campo de pruebas hasta las batallas iniciales, Ren siempre veló por mí. Sin embargo, nunca logré superar su fuerza, su habilidad innata. A veces, anhelaba ser yo quien lo protegiera. Ren, con su porte esbelto, su cabello negro como la noche y su piel pálida como la luna, poseía una mirada calculadora y fría que repelía a muchos. Pero a mí, esa mirada me atraía, como un faro en la tormenta.
—¡Valeria! ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Ven y dame cobertura! —exclamó Ren, su voz cortando el estruendo de la batalla.
—¡Ya voy! —respondí, corriendo hacia su posición para brindarle apoyo contra la horda de demonios.
—¡Olvida mi protección! ¡Mira esos civiles allá! ¡Ve por ellos, ahora! —ordenó Ren, señalando hacia un grupo vulnerable en medio del caos.
—¡De acuerdo! —afirmé, dirigiéndome hacia la madre y su hija que se encontraban paralizadas frente a uno de los demonios, listas para ser rescatadas.
Llegué en el momento justo, mis botas trazando surcos en la arena, levantando una cortina de polvo frente a la madre que, con un abrazo protector, resguardaba a su hija pequeña. Con un pulso firme, apunté y disparé al demonio que acechaba, listo para atacar. La bestia cayó, y ellas, aprovechando la oportunidad, huyeron hacia la seguridad. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, y el silencio que siguió fue roto solo por el eco de pasos en la arena. Levanté la mirada, y allí estaba Ren, acercándose a mí con una expresión indecifrable.
—Buen trabajo, novata —dijo Ren, con un tono que rozaba la burla.
—Gracias —respondí, permitiéndome una pequeña sonrisa de satisfacción.
—No te emociones tanto. Solo eran unos pocos demonios, ni siquiera eran de alto rango, estúpida —comentó Ren, pinchando mi breve momento de orgullo.
—Ehhh, Ren... —murmuré, sintiendo cómo la tristeza teñía mi voz.
—Aun así, lo hiciste bien. Vamos, volvamos a la base —concluyó Ren, su voz suavizándose en una rara muestra de aprobación.
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Valeria: Demon Hunter
ActionEn un mundo asolado por la guerra y seres sobrenaturales, Valeria, una cazadora de demonios, lucha por la supervivencia y la protección de los inocentes, con la ayuda inesperada de Ren, su compañero de infancia y guerrero habilidoso. Juntos, enfrent...