Libertad

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Muchas veces nos sentimos confundidos, agobiados por la monotonía de la vida, atrapados en un ciclo que parece no llevar a ningún lado. Así se sentía Wriothesley después de salir de prisión. Había esperado con ansias el día de su liberación, pero al enfrentarse al mundo exterior, se encontró perdido en un mar de incertidumbre y desesperanza.
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Caminar por las calles era como navegar sin brújula, sin un destino claro ni un camino seguro. Cada paso era una lucha contra el recuerdo de los días oscuros tras las rejas, donde el tiempo parecía detenerse y el futuro se desvanecía en la penumbra de una celda. Ahora, en libertad, se enfrentaba a un nuevo tipo de prisión: su pasado.

Era lamentable cómo su vida se había arruinado. Ni siquiera el dinero que había guardado con tanto cuidado durante su encarcelamiento parecía suficiente para asegurar un futuro estable. El alquiler devoraba gran parte de sus magros ingresos, dejándole apenas lo necesario para subsistir. Los empleadores miraban con desconfianza su historial manchado por un pasado criminal, cerrándole las puertas antes siquiera de considerarlo como candidato.

Los días se volvían una repetición interminable de preocupaciones y decepciones. No había consuelo en la rutina, ni esperanza en las miradas de desdén que recibía de aquellos que aún lo veían como un delincuente. Era como llevar consigo una marca indeleble, una condena invisible que le recordaba que nunca estaría completamente libre, ni siquiera en la libertad.

En las noches, el insomnio era su único compañero, acompañado por el eco de los gritos y las sombras que aún acechaban en su mente. Había sobrevivido a Meropide, un lugar donde las reglas se deformaban y la ley no se aplicaba bajo el agua. Su tiempo allí había sido un infierno de violencia y desesperación, donde cada día era una batalla por la supervivencia y cada noche un recordatorio de cuán frágil era la vida.

Salir ileso de aquel tormento había sido un milagro, pero el precio había sido alto. Las cicatrices físicas sanarían con el tiempo, pero las emocionales seguían ardiendo como brasas bajo las cenizas. La libertad era un regalo amargo, una promesa de nuevas oportunidades que parecían más ilusorias con cada día que pasaba.

Él se sentía como un extraño en su propia vida, un espectador atrapado en un drama del que no podía escapar. La incertidumbre del futuro pesaba sobre sus hombros, recordándole que la verdadera prisión no siempre tiene barrotes.

—"Llegas tarde"—le dijo alguien.

—"Ya lo sé, ¿tienes que recordármelo?"—respondió Wriothesley con cansancio en la voz.

—"Solo te lo recordaba. Después de todo, yo no soy el que necesita urgentemente el dinero"—provocó la otra persona con una mueca de desdén.

Wriothesley solo guardó silencio y contuvo sus ganas de responder. Estaba harto de venir cada vez a aquél sótano y tener que pelear con cualquier tipo por tan solo noventa dólares y, con suerte, ciento veinte. Estaba cansado. El dinero era su tormento constante desde que salió de prisión. Había planeado meticulosamente cada centavo mientras estaba tras las rejas, calculando cuánto necesitaría para comenzar de nuevo una vez fuera. Pero la realidad era mucho más cruda que sus cálculos.

El alquiler era una losa sobre sus hombros, cada vez más difícil de sostener. Cada día que pasaba sin un trabajo seguro era un paso más hacia el abismo de la calle. Yae, la única persona dispuesta a darle refugio por una tarifa que podía pagar, era su única tabla de salvación en un mar de incertidumbre. El peso del dinero resonaba en cada rincón de su mente. Cada factura era una cuenta regresiva hacia la posible pérdida de su refugio. Cada entrevista de trabajo fallida era una puerta cerrada más, relegándolo aún más al margen de la sociedad. La desesperación lo envolvía como una manta fría, recordándole la fragilidad de su situación y la necesidad urgente de encontrar una solución.

Paternidad (Wriollette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora