Paternidad (Wriollette)

Hermana

Ser padre es una de las tareas más difíciles y desafiantes que alguien puede asumir. La responsabilidad de cuidar, guiar y proteger a otro ser humano es inmensa y está llena de incertidumbres. Cada palabra, cada acción, tiene el potencial de influir en el futuro de ese ser, de moldear su vida de formas que a veces no podemos prever. Muchas personas, abrumadas por esta carga, deciden apartarse de ella; otras, en cambio, la anhelan con todas sus fuerzas, deseando cumplir ese rol con todo su ser.

Wriothesley nunca planeó ser padre. No era algo que buscara, ni mucho menos una tarea que se sintiera preparado para asumir. Pero el destino, con su naturaleza caprichosa, lo cruzó con Sigwinne, una pequeña niña que necesitaba amor, cuidado y protección. Aunque sabía que no era el mejor ser humano debido a todos los errores que había cometido en su pasado, Wriothesley estaba decidido a ser un buen padre. Haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que nadie dañara a Sigwinne, y se encargaría de que ella cumpliera todos sus sueños.

Uno de esos sueños, recientemente descubierto, era participar en las obras de teatro de su colegio. La pequeña estaba entusiasmada con la idea de subirse a un escenario, de interpretar un papel y recibir los aplausos de una audiencia. Wriothesley, al ver esa chispa de ilusión en los ojos de su hija, no tardó ni un segundo en inscribirla. Sus deseos eran órdenes para él, y haría lo que fuera necesario para que se sintiera feliz y realizada.

El día de la primera reunión en el teatro llegó, y Wriothesley acompañó a Sigwinne al lugar. Apenas cruzaron las enormes puertas del recinto, la niña no pudo contener su emoción.

—¡El teatro es gigantesco!—exclamó con un brillo en sus ojos, maravillada por la grandiosidad del lugar. Nunca antes había estado en un sitio así, y la idea de que pronto podría presentarse en un escenario como ese solo hacía que su sonrisa se agrandara.

—Sí, es realmente grande—respondió Wriothesley, observando el lugar con una mezcla de nostalgia y ansiedad. El teatro le traía demasiados recuerdos, y para ser sinceros, no eran los mejores. Pero por Sigwinne, él iba a enfrentarlos, iba a enterrar esos fantasmas del pasado para asegurar que su hija tuviera la mejor experiencia posible.

—Papá, la maestra dijo que la veríamos aquí, pero no sé dónde está—dijo Sigwinne, algo confundida. Habían llegado temprano, como siempre lo hacía, asegurándose de estar preparada. Pero el teatro estaba vacío, y eso la hacía sentir un poco insegura.

—Seguro llegamos demasiado temprano, Sigwinne. No te preocupes—la tranquilizó Wriothesley, con una suave sonrisa. Sabía que su hija solía ponerse nerviosa con facilidad, y no quería que esos sentimientos arruinaran lo que debía ser un día especial.

—¡Sí! Seguro es eso—dijo Sigwinne, intentando convencerse a sí misma mientras tomaba asiento en la recepción junto a su padre.

Los minutos pasaban, y el teatro seguía tan vacío como cuando llegaron. Con cada tic-tac del reloj, la tensión en el aire parecía aumentar. Por un lado, Sigwinne temía que, por alguna razón, no lograra ser parte de la obra escolar; por otro lado, Wriothesley se preocupaba por el precio que esta actividad podría sumarle. Había trabajado arduamente para conseguir que Sigwinne pudiera asistir al mejor colegio de todo Fontaine. No era un lugar barato, pero Wriothesley deseaba que su hija tuviera la mejor educación, aunque eso significara tomar más trabajos y esforzarse aún más. El teatro, como tantas otras actividades extracurriculares que ofrecía el colegio, era una de las más costosas, ya que no se presentaban en el auditorio de la escuela, sino en el prestigioso teatro de Fontaine. Esto requería una inversión considerable para hacer presentaciones dignas.

Mientras ambos esperaban, escucharon de repente unos pasos rápidos y el eco de una pequeña carrera resonando por los pasillos del teatro.

—¡Klee, deja de correr!—exclamó un joven, visiblemente agitado, que intentaba alcanzar a la niña mencionada.