2. Extraño

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Con la ausencia de Kanae-Dono, la mansión de las mariposas se sentía distinta.
No pude llorar como las demás niñas, porque sinceramente yo no la conocía muy bien.

También Kanao-San se ha mantenido en silencio, haciendo que Aoi-Chan ocupe más de mi ayuda, dándome la responsabilidad de cuidar y curar a los cazadores heridos.
Y sinceramente, me alegra poder ayudar incluso de esta forma.

—Esto debe ser una broma. —Suspiré molesta al ver al pilar de la niebla entrar.

Estaba cojeando un poco, muy ligero, casi nada en realidad. Podía ver algunos vendajes mal puestos, su camisa estaba rasgada, y tenía sangre fresca en su ropa.

—¿Estás bien? —Pregunto, pero él sólo me ve con indiferencia.

—Estoy bien, sólo tengo algunos cortes y moretones. —Murmuró desviando su mirada de mi, aún con una expresión fría.

—¿Puedes una de las habitaciones, por favor?

Tokito-Dono siguió mi orden, sin poner objeción.

Caminé detrás suyo, llegando ambos a la habitación, dónde él fue directo a sentarse en la camilla, mientras yo preparaba los materiales necesarios.

Cuando me senté a su lado fue cuando le presté más atención, seguía mirándome con indiferencia, su expresión en realidad no me daba algún indicio de familiaridad, como si fuera la primera vez que veía.

—¿Estás bien? Antes me mirabas con fastidio, pero ahora tu mirada es extraña.

Tokito-Dono simplemente levantó una ceja confundido cuando escuchó mi pregunta. Pude ver que sus ojos me recorrieron por completo, pero aún con esa extraña mezcla de confusión e indiferencia.

—No te veo raro, es la misma mirada que le doy a todos los cazadores de demonios de bajo rango.

—Yo... Yo no soy una cazadora de demonios. —Suspiré mientras le quitaba los vendajes.

—¿No eres cazadora de demonios? ¿Entonces qué haces en la mansión de las mariposas? —Tenía su ceño fruncido levemente.

—¿Qué crees? ¿No parece obvio? —Rocié antiséptico en sus heridas, haciendo que dejara escapar un resoplido.

—No, no es obvio. ¿Eres asistente o enfermera o algo así?

—Bueno, sí, algo así. Intenté ser la Tsuguko del señor Shinazugawa, pero no puedo usar mi respiración correctamente, así que... Esta es la única forma en que puedo ayudar incluso si es a Pilares groseros como tú.

—Ya veo. Así que sólo estás aquí para cuidar a los heridos, qué desafortunado. Pero supongo que es mejor que ser un cazador fracasado.

Apreté sus vendas más de la cuenta, había logrado molestarme nuevamente a pesar de que fui amable con él.

—Terminé

Pude escuchar como dejó escapar un breve resoplido, sin embargo su expresión permaneció sería, sólo con un ligero toque de molestia en sus ojos.

—Sí, sí. Ya me voy.

—No. —Lo tomé del hombro, impidiendo que se levantará—. Debes quedarte aquí en reposo.

Me miró extrañado, volviendo a sentarse en la camilla.

—Bien, me quedaré. Pero no esperes que tengamos una charla, estoy cansado.

—No planeaba hacerlo, tengo mejores cosas que hacer.

Tomé todo el material, el cual fui guardando en una pequeña bolsa, justo después de pasarle una de las pijamas a Tokito-Dono.

Él, sin darse vuelta, dándome la espalda, se quitó su camisa rota

—Espera a qué salga de la habitación, pervertido. —Me giré cuando me di cuenta de que también iba por el mismo rumbo sus pantalones.

Pero el sonido de objetos siendo colocados sobre la pequeña mesa de noche me hizo girar un poco la vista, dándome cuenta de que sólo estaba vaciando las cosas de sus bolsillos.
Eran algunas monedas, semillas para aves, y un melocotón.
Intento darle sentido a las cosas que lleva, pero él simplemente tomó el melocotón, acercándolo hacia mi cara.

—Mira, se parece a ti. —Murmuró, haciendo que me molestará.

—Como sea. —Suspiré saliendo de la habitación.

Me mantuve firme mientras salía de la zona de enfermería, pero fue cuando me encontré con Aoi dónde finalmente pude llorar.

—Aoi-Chan, Aoi-Chan. —Chillaba en sus brazos recordando también aquel día-. Me insultó muy feo de huevo, dijo que parecía un durazno con plaga.

—Quizás fue por tu cabello, no es común tenerlo de ese color.

—¿Está mal? ¿Debería teñirlo? ¿Qué tal un castaño?

—Mejor ve a la finca de la señorita Kanroji, ella puede ayudarte. —Se separó de mí para ver mejor mi cabello.

—¿Quién es la señorita Kanroji?

—¿No la viste el otro día? Es muy llamativa. Es la pilar del amor.

—Creo que en realidad no le presté atención

—Mira. —Tomó un papel, escribiendo la dirección en él—. Ve con ella y cuéntale sobre tu problema, yo le enviaré una nota informando de tu futura visita.

—Buenos días, Kanroji-Dono. —Saludé, casi de inmediato, ella me arrastró por toda su casa hasta el comedor.

—No hay por qué ser tan formales, Minako-Chan. ¿Dime, te puedo ayudar en algo?

Sirvió la taza de té frente a mi junto a algunos dulces.

—Aoi-Chan. Digo, Kanzaki-San. —Corregí para que no pensara que era una persona irrespetuosa—. Me envió aquí, dijo que usted podría ayudarme respecto a... Mi cabello.

—Es muy bonito. —Respondió acariciando este—. ¿Cómo te puedo ayudar?

—Quiero teñirlo.

Su mirada palideció

—¿No te gusta?

—Alguien me hizo sentir mal por ello.

—Eso es estúpido. ¿Por qué deberías vivir pensando en lo que los demás opinen de ti? —Respondió un chico peculiar apareciendo detrás de la señorita Kanroji—. Sólo te hace patética.

—Iguro-San. A mí también me molestaba mi color de cabello.

—Lo siento, Kanroji. Sólo... Considero que el color de cabello no debe ser fundamental al momento de decidir si tratar a una persona con respeto o no. -Dijo, casi con nerviosismo, podía jurar.

—Nunca había visto mi cabello como un problema. Mi madre tenía el cabello rosa, siempre creí que era lindo, como las sakuras en primavera. Pero... A mí me tocó esta extraña combinación. —Hablé tomando las puntas de mi cabello, las cuales eran rosa, pero el resto de mi cabello tenía un tono dorado pálido, mi cabello llegaba a los hombros, y solía usar una media coleta del lado izquierdo, por lo cual nunca pensé que destacara en ese aspecto—. ¿Realmente me veo tan mal?

—No sé muy bien qué quiso expresar con eso, pero el joven Muichiro es bastante abierto de mente. Quizás era un tipo de halago pero no estoy segura. -Se sentó frente a mí, sirviéndole también té al chico que nos acompañaba.

—¿Por qué te preocupas, no lo va a recordar? —Habló aquel hombre.

—¿No lo va a recordar?

—Tiene trastorno de la memoria, aunque quisiera, seguramente se le va a olvidar.

Eso le había dado sentido a lo ocurrido la última vez que nos vimos y su manera tan indiferente en que me había tratado, pero... ¿Por qué recordó su comparación de mi a un durazno?

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¿Te conozco? ۵ Muichiro TokitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora