01.- That band

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Tambaleándose entre los últimos rayos del sol que abrían el espectáculo, y posteriormente darían lugar al acto final que era la mismísima noche encarnada, Kikuri, indecisa, consideraba entre; perderse bajo el atardecer en una caótica danza de felicidad disfrazada de andar, por unos treinta minutos, si es que estaba lo suficientemente sana como para leer la hora, hasta fundirse con la oscuridad y perder todo rastro de sus pies hasta que el alcohol llenara su vejiga; o, llegar al Folt y bañarse entre el furor, el sudor y la saliva de las gargantas que gritaban y se desagarraban, hambrientas de rock, ansiando un respiro de su rutina de 8 horas diarias de burocracia esclavista donde la hora de la comida se había transformado en un placebo que compensaba vacaciones desperdiciadas y no pagadas.

Si había algo que le gustaba más que beber alcohol, era hacerlo contemplando el crepúsculo, pues su mente etílica transformaría un evento cotidiano en una supernova de placer. De estar sobria, él meditar sobre el final del día la deprimiría al recordar que, de no ser una lacra de la sociedad, su segunda opción sería ser un ciudadano funcional, un contribuyente, entre los miles de millones que existían en el mundo, perdiéndose entre toda la masa humana, perdiendo su personalidad. Ambas opciones llevaban a la perdición, pero por lo menos la primera le daba satisfacción hasta que el cuerpo aguante.

Fue difícil decidir, después de todo, las condiciones eran perfectas; después de un caluroso día donde el sol oprimió todo intento de las nubes rebeldes por atajar sus rayos, el viento fresco de la tarde pasando a través de la delgada tela de su vestido le puso la piel de gallina lo suficiente para que fuera placentero y no incomodo. Su bajo viajaba en su funda colgando de sus hombros; eso era un hecho, no una alucinación y ni un efecto Mandela, no podía permitirse perder su instrumento en un día de toquín. En una mano llevaba una pequeña caja de cartón de vino tinto que ya había bebido hasta la mitad, y con la otra sostenía una bolsa de plástico con el logotipo de un supermercado con otras cuatro cajas dentro, y las sostenía con la misma gracia que lo haría una chica de alta sociedad vistiendo de rosa cargando sus bolsas de papel repletas de ropa de marcas extranjeras. El efecto de las luces de los autos pasando frente a sus ojos como si fueran luciérnagas frenéticas por recibir a la oscuridad entre el rojo atardecer, y el delicioso alcohol que bajaba por su garganta y se derramaba de sus labios y, de alguna manera, dentro de su cabeza hasta empapar su cerebro, podrían darle alguna inspiración para escribir una nueva canción, o mejor aún, darle un momento de perdición de la complicada realidad que le permitiera seguir viviendo una semana más.

Aun cuando la idea era tentadora, ya había tenido algunos de esos momentos en las últimas dos semanas. Su frenesí le ganó llegar tarde a ensayos y presentaciones y, por ende, le ganó penosos regaños que aun tenían efecto en ella a pesar de su consuetudinario estado etílico. Sus prioridades eran el bajo y la bebida, y el día de hoy tocaría su banda, lo que significaba tocar su instrumento, lo que significaba una prioridad, por lo que la balanza era clara.

Pero, había otra cosa. Kikuri siempre se había preguntado si su evidente arrogancia al suponer, deducir o teorizar sobre la música y los músicos se debía a sus años tocando o, a una alterada percepción de la realidad creada por el líquido vital o, una combinación de ambas. A pesar de la tímida Hitori, Kikuri estuvo segura de que había más talento en la chica de lo que parecía, y acertó. Y es que, era precisamente eso lo que había, y Kikuri estaba segura de que existía ese algo que era transportado en el aire, entre las frescas brisas del viento, desde la dirección del Folt. Fuese lo que fuese, venía de ahí. Kikuri solo podía asemejar esta sensación a cuando conoció a Shima, Eliza, Yoyoko y a Hitori; podía oler el derroche de talento.

Caminó calle abajo. Dejó de lado su monologo interno tratando de poetizar sobre el atardecer. Su mente se centró en la próxima de sus realidades: Entrar al Folt y saludar y amar a toda esa gente que la aceptaba y la adoraba a pesar de ser el despojo de humano que era y por lo poco o mucho que tuviera que aportar a sus vidas. Como era su lugar predilecto, eran conocidos varios de los rostros que se dirigían rumbo a la sala de conciertos. Saludó con afecto a los fans y los regulares que pasaron junto a ella, quienes señalaron que ya querían llegara el momento de escuchar a Sick Hack en el escenario para dar ese viaje nocturno entre la lírica de sus alucinantes melodías que los transportaba a algún rincón de la caótica y confusa mente de Kikuri. Por otro lado, tambien les dedicó calurosos apretones de mano y palmadas en la espala a sus colegas músicos que se dirigían al Folt con el fin de preparase con anticipación para sus presentaciones. Ese día estaban programadas cuatro bandas, además de Sick Hack, las cuales eran bien conocidas por la bajista, por lo que ya podía pronosticar el clima que reinaría de principio a fin, y todo indicaba que la noche sería intensa. Kikuri trató de asociar la electricidad en el ambiente con sus colegas de otras bandas, y bajo aquel tren de pensamiento, el espíritu de todos debía estar más elevado que de costumbre en esa noche de verano; pero, haciendo caso a su arrogancia, no pudo dejar de notar que había más personajes en la ecuación.

Batalla de bandasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora