capitulo 2

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Caminaba por las calles del centro de la ciudad, sus zapatos de segunda mano repiqueteaban contra el pavimento al ritmo de su corazón acelerado. El bullicio de la mañana la envolvía: el claxon de los autos impacientes, las conversaciones a medias de los transeúntes con sus teléfonos pegados a la oreja, el aroma a café y pan recién horneado que emanaba de las cafeterías.

-Respira, Elena-, se dijo a sí misma, ajustando el bolso sobre su hombro. Dentro, llevaba su currículum vitae cuidadosamente doblado y una copia gastada de "Cumbres Borrascosas", su amuleto de la suerte.

Al doblar la esquina, la librería "Páginas Mágicas" apareció frente a ella. Era un edificio antiguo de ladrillo rojo, con un gran ventanal que mostraba una exhibición de libros cuidadosamente arreglados. Elena se detuvo un momento, admirando los lomos coloridos y los títulos que prometían aventuras en mundos lejanos.

-Algún día-, murmuró, tocando el cristal con la punta de los dedos, -algún día mi nombre estará en uno de esos estantes-.

El tintineo de la campana sobre la puerta la sacó de su ensoñación. Una mujer mayor salía de la tienda, cargando una pila de libros. Elena se apresuró a sostener la puerta.

-Gracias, querida-, dijo la mujer con una sonrisa amable. -Espero, no vengas por el puesto de trabajo-

Elena asintió, sorprendida.

-Buena suerte entonces-, continuó la mujer, guiñándole un ojo. -La dueña puede parecer un dragón, pero tiene un corazón de oro. Solo recuerda: a Margarita le encanta hablar de García Márquez-.

Antes de que Elena pudiera responder, la mujer ya se había alejado, perdiéndose entre la multitud. Con un profundo respiro, Elena entró en la librería.

El interior era aún más impresionante que el exterior. Estanterías de madera oscura se alzaban hasta el techo, repletas de libros de todos los tamaños y colores. El aire olía a papel viejo, cuero y algo indefinible que solo podía describirse como magia literaria.

-¿Puedo ayudarte?-, una voz cortante interrumpió su admiración.

Elena se giró para encontrarse cara a cara con una mujer de mediana edad, con gafas de montura gruesa y el pelo recogido en un moño apretado. Su expresión era severa, pero Elena notó un brillo de curiosidad en sus ojos.

-Sí, buenos días-, respondió Elena, enderezándose. -Soy Elena Sánchez. Vengo por la entrevista para el puesto de asistente-.

La mujer la miró de arriba abajo, como evaluando cada detalle. -Margarita Vega-, se presentó finalmente. -Sígueme-.

Elena la siguió hasta una pequeña oficina en la parte trasera de la tienda. Las paredes estaban cubiertas de fotografías enmarcadas: Margarita con diversos autores, en lo que parecían ser firmas de libros y eventos literarios.

-Siéntate-, ordenó Margarita, señalando una silla frente al escritorio. -Entonces, ¿por qué quieres trabajar aquí?-

Elena respiró hondo. Era ahora o nunca.

-Porque los libros son mi vida-, comenzó, su voz parecía ir ganando confianza con cada palabra. -Crecí rodeada de historias. Mi padre... él solía leerme cada noche antes de dormir. Incluso cuando enfermó, seguimos leyendo juntos. Los libros nos dieron fuerza, nos transportaron lejos del dolor y la incertidumbre-.

Margarita la observaba en silencio, con expresión ilegible.

-Sé que solo es un trabajo de asistente-, continuó Elena, -pero para mí, cada libro es una posibilidad. Cada cliente que entre por esa puerta podría estar buscando una historia que cambie su vida. Y yo quiero ser parte de eso-.

Hubo un momento de silencio. Elena contuvo la respiración, temiendo haber dicho demasiado.

Finalmente, Margarita habló. -¿Tu autor favorito?-

Sin dudarlo, Elena respondió: -García Márquez-.

Por primera vez, una sonrisa apareció en el rostro de Margarita. -Buena elección. ¿Y por qué?-

-Por su capacidad de mezclar lo mágico con lo cotidiano-, explicó Elena, recordando las noches en el hospital, leyendo -Cien años de soledad- junto a la cama de su padre. -Porque nos recuerda que incluso en los momentos más oscuros, la vida puede estar llena de maravillas inesperadas-.

Margarita asintió lentamente. -Bien dicho, Elena. Ahora, tengo algunas preguntas más...-

La entrevista continuó por lo que parecieron horas. Elena habló de sus estudios interrumpidos, de sus sueños de ser escritora, de su amor por la literatura en todas sus formas. Cuando finalmente terminó, se sentía agotada pero extrañamente eufórica.

-Gracias por tu tiempo-, dijo Margarita, levantándose. -Te llamaremos-.

Elena salió de la librería sintiendo una mezcla de esperanza y ansiedad. El sol de mediodía la recibió, cálido y brillante. Miró su reloj y se sorprendió al ver que ya era casi la una de la tarde.

-¡Los gatos!-, exclamó, recordando de repente que no les había dejado comida para el mediodía como solía hacer.

Sin pensarlo dos veces, Elena comenzó a andar hacia su apartamento. Las calles pasaban en un borrón, su mente dividida entre la entrevista y la preocupación por sus amigos gatunos.

Al doblar la esquina de su calle, algo extraño sucedió. Un maullido familiar llamó su atención. Luego otro, y otro más. Para su asombro, vio a sus gatos callejeros corriendo hacia ella, como si la hubieran estado esperando.

-¿Qué están haciendo aquí?-, murmuró Elena, confundida y conmovida a la vez.

Manchitas fue el primero en llegar, frotándose contra sus piernas con un ronroneo fuerte. Los demás lo siguieron, formando un coro de maullidos y ronroneos.

Elena se agachó, acariciándolos con ternura. -Lo siento, chicos. Me retrasé. Vamos, les daré de comer-.

Mientras caminaba hacia su edificio, con los gatos siguiéndola fielmente, Elena no pudo evitar sonreír. Tal vez no tenía un trabajo asegurado, tal vez sus sueños de ser escritora aún estaban lejos, pero en ese momento, rodeada del cariño incondicional de sus amigos felinos, sintió que todo estaría bien.

Subió las escaleras de su edificio con paso apresurado, seguida por su séquito felino. Al llegar a su puerta, rebuscó en su bolso, maldiciendo en voz baja cuando no encontró las llaves de inmediato.

-Vamos, vamos-, murmuró, mientras Manchitas se frotaba impaciente contra sus tobillos. Finalmente, con un tintineo triunfal, sacó las llaves y abrió la puerta.

Los gatos se precipitaron al interior, dirigiéndose directamente a la ventana. Elena los siguió, intrigada por su comportamiento inusual. Para su sorpresa, los cuencos que había dejado la noche anterior estaban intactos.

-Qué raro-, dijo en voz alta, frunciendo el ceño. -Ustedes nunca dejan comida-.

Miró a los gatos, que ahora la observaban expectantes desde el alféizar. Había algo en sus ojos, una especie de urgencia que no podía descifrar. Elena se acercó a la ventana y miró hacia el callejón, medio esperando ver algún peligro que hubiera asustado a sus amigos gatunos.

Pero el callejón estaba tranquilo, bañado por la luz del mediodía. Y entonces lo escuchó: una melodía suave, apenas perceptible, que parecía flotar en el aire cálido de la tarde.

-¿Qué es eso?-, murmuró Elena, inclinándose para escuchar mejor.

Como si hubieran estado esperando esa señal, los gatos saltaron desde el alféizar y luego descendieron rápidamente a la calle, y se dirigieron al callejón, con una agilidad que siempre la asombraba. Sin pensarlo dos veces, Elena tomó su bolso y salió tras ellos, cerrando la puerta apresuradamente, pensando que algo habría pasado.

Bajó las escaleras de dos en dos, con el corazón latiendo un poco más deprisa. Cuando llegó al callejón, vio a los gatos doblando la esquina. La música se hacía más fuerte a medida que los seguía.

El misterio de los gatos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora