Capítulo 1

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Max ajustó su casco, subió a su patineta y puso su móvil en altavoz al salir de casa

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Max ajustó su casco, subió a su patineta y puso su móvil en altavoz al salir de casa. Su chaqueta beige ondeaba al viento, y su cabello negro y puntiagudo caía sobre sus ojos oscuros mientras patinaba al atardecer.

—Sí, P.J., sí planeo ir... —refunfuñó, oyendo la respiración nerviosa de su amigo—. Y no, no he recibido ningún mensaje aún de Bobby, pero trabaja en el campus, así que lo veremos eventualmente.

El aire fresco golpeaba su rostro mientras patinaba con su mano libre en el bolsillo, el sonido de las ruedas resonando en la acera.

—Hermano, es en serio, ¿vas a asistir a la semana de exalumnos? —insistió P.J., nervioso—. Si tú y Bobby no van, no me arriesgaré a escaparme de casa. Sabes cómo se pone papá cuando le pido el día libre.

—Créeme, no tengo opción —gruñó Max, recordando las insistencias de su papá y Sylvia.

«No entiendo qué esperan lograr obligándome a ir», pensó. El pelinegro suspiró, inclinándose hacia adelante, dejando que el viento despeinara su cabello mientras apretaba la mandíbula. Este evento parecía una trampa, no una reunión.

P.J. guardó silencio, luego habló con cautela.

—Viejo, sabes que he estado pensando... tal vez sea una oportunidad para reconciliarnos con... ya sabes, ciertas personas.

Max sintió una oleada de frustración.

—Si quieres hacer las paces con tu pasado, adelante. Pero yo no tengo nada que decirle a Bradley.

—No tienes que ser su amigo —respondió P.J., intentando calmarlo—. Solo considera hablar con él. Yo también tengo cosas que arreglar, y si puedo intentarlo...

—Tú y yo no somos iguales en esto, P.J. —protestó Max, su voz más cortante de lo que pretendía—. Lo que pasó entre tú y Verónica es diferente. Ella no te hizo lo que él me hizo a mí.

P.J. suspiró, su voz reflejando comprensión.

—Solo quiero que tengas la oportunidad de dejar todo atrás, hermano. Pero si no estás listo, lo entiendo.

Max quedó enmudecido, las palabras de su amigo retumbando en su cabeza. Eventualmente, exhaló aire lo más lento que pudo.

—Aprecio tu intención, pero no me pidas que lo haga a tu manera. Iré, pero no esperes milagros.

El silencio se extendió entre ellos, acompañado por el sonido de las ruedas en la acera.

—Max, algunas situaciones pueden resolverse hablando —dijo P.J., con un tono más suave.

—Y algunas no —replicó Max, acelerando el paso sobre su patineta.

Al doblar la esquina, Max se detuvo al llegar al parque cercano a su casa. Entre las personas disfrutando del paseo vespertino, distinguió a Bradley Cremanata III, animado mientras conversaba con un grupo de chicas fascinadas por sus palabras. Bradley, con quien Max había tenido una relación complicada desde la universidad, lucía tan arrogante como siempre. Ya no era miembro activo de Gamma Mu Mu desde su graduación, pero ahora vestía el uniforme como su entrenador para el equipo de Juegos Extremos, siempre con su ridículo pin en forma de vaca. Su mera presencia le provocaba a Max un nudo en el estómago.

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