─ quatorze

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Odette observaba fijamente el techo, como si se tratara de lo más interesante del mundo. Su mano no soltaba la de la profesora a su lado, quien la miraba con preocupación desde un lado de la camilla. Habían pasado minutos desde que la enfermera salió al llamado de una ambulancia, pero para Odette se sintieron como horas.

Su cabeza parecía pensar en mil cosas a la vez y, al mismo tiempo, estaba vacía, como si hubiese un enorme lienzo en blanco en su memoria. Aunque, siendo realista, en aquel momento lo mejor que podía hacer era no pensar demasiado.

—¿Cree que la señora Bellanger le cuente a su esposo? —preguntó Odette a la mujer a su lado.

—Por ahora, solo le dirá que debe llevarte al hospital. Aún no sabemos qué es lo que tienes.

—¿Realmente debo ir?

—Creo que es lo mejor para tu salud.

La castaña miró a la profesora, quien apretó los labios al notarla tan afectada.

Odette apenas podía procesar todo lo que estaba ocurriendo. En apenas dos días, toda su vida parecía un derrumbe constante, una tormenta de malas noticias. Ni siquiera parecía salir del shock de descubrir que no era hija de sus padres, mucho menos asimilar la noticia de que posiblemente estuvo embarazada de Jean Pierre.

—Un aborto espontáneo... significa que ya no estoy embarazada.

—Los médicos te dirán, Odette, no te apresures.

Ella soltó un suspiro, agotada. No iba a negar que toda aquella situación se la había buscado. Jean Pierre y ella tuvieron muy pocos cuidados, como si la idea del embarazo fuera muy remota, como si lo más importante fuera disfrutar el momento. Qué estúpidos fueron.

—Soy una estúpida.

La profesora abrió la boca para responder, pero el sonido de la puerta abriéndose la interrumpió.

—Vámonos, señorita Descamps, la ambulancia tardará demasiado, así que iremos en mi auto —anunció la enfermera, colocándose su abrigo.

Con dificultad, Odette se levantó, mordiéndose el labio inferior ante el pinchazo que sintió en el bajo abdomen. Reafirmó su agarre en la mano de la profesora y la miró a los ojos.

—¿Podría acompañarme?

La mujer miró a la enfermera, quien se encogió de hombros.

—No veo por qué no.

Volvió su mirada a la adolescente, quien la observaba suplicante.

—Claro que te acompaño. Vamos.

Las clases ya habían acabado y Joseph ya iba por su tercer cigarrillo cuando comenzó a perder la paciencia ante la ausencia de su hermana. Miró su reloj y apretó los labios con impaciencia. Apenas quedaban estudiantes a las afueras del instituto y ella no aparecía por ninguna parte.

❝𝗜𝗡𝗘𝗩𝗜𝗧𝗔𝗕𝗟𝗘❞ JEAN PIERRE MAGNANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora