Capítulo único.

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Kuroo Tetsurou terminó su jornada laboral sintiendo una mezcla de agotamiento y anticipación. El día había sido particularmente largo, lleno de reuniones interminables y documentos apilados sobre su escritorio. Sin embargo, a pesar del cansancio, había algo especial esperando al final del día: era el cumpleaños de su madre y quería sorprenderla con un hermoso ramo de flores.

Desde pequeño, Kuroo había tenido una relación muy estrecha con su madre. Ella había sido su mayor apoyo en los momentos difíciles y su mayor fan en cada logro despues del fallecimiento de su padre. Recordaba cómo siempre le enseñaba la importancia de los pequeños gestos, de mostrar amor y aprecio de maneras sencillas pero significativas.

A sus 27 años, Kuroo seguía soltero, y no por falta de oportunidades. Había salido con varias personas, pero ninguna relación había logrado encender una verdadera chispa en su corazón. Parte de ello se debía a su dedicación al trabajo, que lo absorbía más de lo que le gustaría admitir. Pero otra parte, más profunda y personal, era su miedo a abrirse completamente y mostrarse vulnerable. Había aprendido a ser fuerte y a cuidar de los demás, pero rara vez dejaba que alguien cuidara de él.

Caminando por una calle tranquila, sus ojos captaron una pequeña florería que nunca había notado antes. La fachada, decorada con enredaderas y flores colgantes, parecía sacada de un cuento de hadas. Kuroo se detuvo por un momento, observando el lugar con una mezcla de curiosidad y admiración. Había algo mágico en esa tienda, algo que lo atraía irresistiblemente.

Empujó la puerta de cristal y fue recibido por el suave aroma de flores frescas y un ambiente acogedor que lo hizo sentirse instantáneamente en paz. La tienda estaba iluminada por una luz suave y cálida que acentuaba la belleza de cada flor y planta. Los estantes estaban llenos de una impresionante variedad de flores: rosas de todos los colores, lirios elegantes, margaritas alegres y orquídeas exóticas. Las paredes estaban decoradas con cuadros botánicos y guirnaldas de flores secas, creando un ambiente que combinaba perfectamente lo rústico con lo elegante.

Había macetas de diferentes tamaños y formas dispuestas con esmero, algunas con plantas que trepaban por pequeños soportes y otras colgando del techo en cestas tejidas. El suelo de madera crujía suavemente bajo sus pies, añadiendo un toque hogareño al lugar. Al fondo de la tienda, un pequeño mostrador de madera estaba adornado con herramientas de jardinería y cintas de colores, preparado para envolver los ramos con delicadeza.

En ese momento, Kuroo sintió que el mundo se detenía. Había algo en la tranquilidad de aquel chico, en la manera en que sus manos trabajaban con las flores, que lo desarmó por completo. La forma en que sus dedos, finos y hábiles, acomodaban los pétalos con una precisión casi reverente, mostraba una profunda conexión con su trabajo. Cada movimiento era fluido, como una danza silenciosa que hipnotizaba a Kuroo.

El joven estaba absorto en su tarea, sus labios formando una ligera línea de concentración. Una pequeña arruga se dibujaba en su frente mientras evaluaba la disposición de las flores, como si estuviera creando una obra de arte en lugar de un simple ramo. Kuroo se quedó parado, incapaz de moverse, sintiendo que había sido testigo de algo íntimo y bello.

El corazón de Kuroo comenzó a latir con fuerza y un nudo se formó en su estómago. No solía ponerse nervioso, pero ese chico tenía un efecto sobre él que no podía explicar. Su mente se llenó de una avalancha de pensamientos y emociones: admiración, atracción, y un deseo profundo de conocer a esa persona más allá del mostrador de la florería.Reuniendo todo su valor, Kuroo se acercó al mostrador, tratando de parecer casual aunque por dentro sentía que podría desmoronarse en cualquier momento. Con cada paso que daba, su nerviosismo crecía, pero también lo hacía su determinación.

—Hola —dijo, esforzándose por mantener su voz firme—. Estoy buscando unas flores para una ocación especial. ¿Podrías recomendarme algo?

El joven levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Kuroo. En esos breves segundos, Kuroo sintió como si una corriente eléctrica lo atravesara. Los ojos de Kenma eran profundos, llenos de una serena confianza que lo hacía sentir desnudo y vulnerable, pero al mismo tiempo, completamente fascinado.

El chico de las flores | KuroKenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora