Capítulo 26

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26

Christian


Llegamos a mi casa, ventajas de vivir cerca del campus.

Abrí la puerta y entramos enredados.

Sus labios y los míos ya estaban teniendo una reunión privada.

Esos labios suyos me harían perder la maldita cordura un día.

Mis manos ya la estaban mapeando, cada curva, cada centímetro de su piel.

Ella se sentía tan jodidamente bien, mi extremidad estaba en su cabello dejando suaves tirones, tirones que por su dificultad al respirar estaba disfrutando.

La levanté y ella por inercia enlazó sus piernas en mi torso, nos senté en un sofá mullido y me permití sentir su delicioso peso sobre mí.

Iba a sufrir una maldita combustión espontánea por esta mujer.

Sus manos estaban sobre mi cuello y en mi cabello, luego una de ellas bajó para quitarme la camisa.

Sus ojos se quedaron en mi torso mientras sus dedos curiosos lo recorrían, su tacto se sentía como fuego sobre hielo.

Cuando sus ojos y los míos se conectaron nuevamente le sonreí y ella se quitó la blusa por sí misma.

Dios.

Esta mujer en serio me llevará a la locura, nunca tendría suficiente de ella.

Aprecié la vista por un corto momento antes de pasar las manos por su espalda y zafar el sujetador opresor.

De nuevo, la maldita vista era una puta locura, me podría correr solo viéndola.

Su pecho era absolutamente perfecto.

(La ilustración la tuve que subir borrosa porque ya me la bajaron cuando la puse en buena calidad, una disculpita, peleense con la plataforma)

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(La ilustración la tuve que subir borrosa porque ya me la bajaron cuando la puse en buena calidad, una disculpita, peleense con la plataforma)

Sus pezones ya estaban duros, rogando por atención que yo encantado le daría.

No perdí el tiempo, sostuve uno de sus pechos con mi mano y el otro con mi boca. Lamí y mordí esos hermosos pezones rosados y en mi pantalón mi polla estaba a punto de malditamente estallar.

Gemidos bajos salían de su garganta, desquiciantemente deliciosos.

Mi mano bajó hasta la curva de su trasero, dejando algunas caricias bien recibidas allí.

Pase a abrir sus pantalones para luego quitárselos completamente.

Logré ver de nuevo la cicatriz de su antigua quemadura que destacaba entre tanta piel tersa y cremosa, la observé y la rocé delicadamente. Amaría cada centímetro de su cuerpo; este no sería la excepción.

La sostuve de nuevo y me la llevé a la cama.

Cuando la bajé y la vi, estaba hecha un maldito desastre. Cabello desordenado, respiraciones superficiales, mejillas sonrojadas y ojos suplicantes.

La Melodía de tu VozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora