Adam
¿Sabéis cuando estáis tan ocupados que no tenéis tiempo para escribir a vuestros amigos, pero sí de recordar a cierta persona, constantemente?
Pues ese era yo.
Aunque mi rutina cada vez implicaba más disciplina entre la universidad y el baloncesto (levantarse a las seis de la mañana y entrenar unas cinco horas diarias todos los días, entre otras cosas); al despertarme, en la ducha, comiendo un risotto o justo antes de dormir, veía a la listilla en mi mente.
Me la imaginaba con un leve sonrojo cubriéndole la piel, como cuando se avergonzaba de ciertas palabras o cuando bebía de más, pero enfadada.
Necesitaba molestarla, su olor a vainilla y a fresa, sus besos húmedos.
A pesar de que hizo que mi equipo perdiera en la semifinal, seguía deseándola con todas mis fuerzas.
No me gustaba la idea de ella saliendo con otra persona, medité mientras aparcaba mi nuevo Mercedes negro para atender una exposición de arte, organizada por la famosa madre de Charles.
Dejé escapar un resoplido, desde pequeños la quería a mi lado. Chloe podía ser cabezota, ingenua, vengativa, y aún así yo me quedaría observándola, fascinado por su existencia.
Quizás debería haberla llamado y haberle pedido que me acompañara a este evento de pijos, a sabiendas de que ella detestaba tanto como yo la falsedad y la hipocresía de la sociedad. Supongo que nos hubiéramos reído de un cuadro en el que nada más se apreciaba una línea recta en rojo y dos puntos de color, uno marrón y otro amarillo.
Acepté la copa de champagne que me tendió un camarero alto, vestido con traje y guantes blancos. Me encantaba la sensación burbujeante del líquido.
— Buenas noches, multimillonario. ¿Qué tal la experiencia artística? ¿Está a la altura de su gusto tan exquisito?— se mofó con retintín, apretándome el nudo de la corbata hasta casi estrangularme.
Sacudí la cabeza, divertido ante la actitud de este maldito idiota al que llamaba mejor amigo.
— A ver Baker...Élodie pinta genial, sí, pero esto — señalé una escultura de mármol de un búho que contenía cinco agujeros, colocados arbitrariamente — no hay por dónde cogerlo.
Su estruendosa carcajada resonó en el ambiente pulcro y elegante de la sala blanca, atestada de invitados.
— Menos mal que ni tú ni yo estudiamos arte, Dios mío. ¿Te acuerdas de cuando le robamos las acuarelas a ese niño en la Elitist Academy?
— Cómo no, la cara que puso Luca King es inolvidable. Se le veían rojas hasta las orejas.— me reí, rememorando el momento. Teníamos los dos unos diez años.
— Ya ves, lo peor es que nunca se lo contaste a Chloe.— Sus labios dibujaron una sonrisa del gato de Cheshire.
— Ni se te ocurra decírselo.—advertí, dirigiéndole una mirada dura.
— No sé, ¿no le miras lo que publica en Instagram?— bajó el tono de voz a uno más íntimo. — Aparecen en una foto dándose la mano.
— Y una mierda.— Mi estómago se tensó ante la mera posibilidad. ¿Ella con King? Me obligué a no revisar mi móvil allí mismo, delante de cien personas.
El rubio se inclinó hacia mí, flexionando los músculos que se podían apreciar debajo del esmoquin gris, haciéndole parecer un modelo norteamericano.
— Acepta tu derrota, Ryder.—susurró en mi oído, con la malicia destilando esos ojos marrón claro.
Sonreí ante sus palabras, la adrenalina corría por mis venas, fruto de su provocación.

ESTÁS LEYENDO
Cuando el odio quema #2
RomansContinuación de Dulce odio. Libro II en la saga. - Él aparece en mis pesadillas. Yo soy su ruina. +18 Todos los derechos reservados.